miércoles, 19 de diciembre de 2012

CUÁNTO me agrada el título Renatus Cartesius, Meditaciones metafísicas. En el prólogo despliega unas síntesis definitorias de lo que el lector va a encontrarse a poco que avance entre las páginas del libro. Advierte lo siguiente sobre sus medtiaciones: "en la sexta, distingo el acto del entendimiento del de la imaginación, describo los signos de esta distinción, muestro que el alma del hombre es realmente distinta del cuerpo y, sin embargo, que está tan estrechamente junta y unida a él, que compone con él como una cosa misma". 
Con estos asertos podría estar uno dialogando con el texto durante algunas horas, pues en él se concentran sentencias y conclusiones profundas y de calado: entendimiento, imaginación, alma, cuerpo; términos todos que ofrecen una dualidad establecida de inequívoca relación. 

Algunas líneas después, Descartes afirma: "al considerarlas de cerca [se refiere a los cuerpos y a los objetos] caemos en la cuenta de que no son tan firmes y evidentes como las que nos levan al conocimiento de Dios y de nuestra alma, de suerte que estas últimas son las más ciertas y evidentes que puede entrar en el conocimiento del espíritu humano".  

Propone el autor una conlusión arriesgada, rayana en el subjetivismo y la dimensión mítica de la realidad, pero es por ello atractiva para un poeta. Las dualidades, las contemplaciones de los estados sucesivos, aparentes, esenciales del cuerpo y del alma. Sobre todo, el discernimiento entre el entendimiento y la imaginación, ya que creo cada vez con más preclaridad que la poesía es el género más cercano al entendimiento y  más alejado de la imaginación, tan desarrollada y necesaria para la prosa, por otra parte. El poeta tiene como encarnadura el espíritu humano y en él se anega de infinitos ciertos y soledades razonadas, de símbolos que trascienden el inmediato parecer de la realidad pero que son la realidad misma. El alma y el cuerpo una cosa misma.