miércoles, 12 de diciembre de 2012

EN este Trópico se suceden los jardines que se bifrucan y esa circunstancia, que atisbo cíclicamente, me conduce a pensar que quizás debiera gestar ya un sucedáneo con otro título. He pensado que muchas de estas páginas que voy escribiendo, casi tarareando al hacerlo, debieran llamarse Ser algo en nada
 Todos los años surge una conmonción por el ejercicio de la escritura. O dejarlo por siempre y callar ceremoniosamente o seguir escribiendo, como Glenn Gould, tarareando las sílabas cada mañana, cada noche, sin más pretensiones que la de mover los dedos con el espíritu. 

Ser algo en nada puede que aglutine la esencia de estas últimas letras en el Diario de este año. Cuando comenzaron a brotar, lo hicieron queriendo narrar lo que una vida (triste, mísera, lábil) tenía por extraordinario. Al poco tiempo, las palabras ajustaron ese despropósito y ajustaron también la talla del espíritu del que escribe justamente a su altura: un ínfimo, casi insustancial verbo. 

Verbo, en latín, significa acción. Y es la acción de la palabra lo que he intentado trazar de un tiempo a esta parte. La acción de la palabra que sucede en la consciencia y gracias a los mecanismos de la memoria. La acción solitaria y sonora de la soledad que traza una música callada de la razón poética. Somos una contradicción que no puede más que caer en la cuenta de eso mismo y esa consciencia es suficiente. Todo lo demás es glosa. Todo lo demás es silencio. Todo lo demás es ser algo en nada.  

Un círculo sucesivo que lleva a otro círculo. La lectura es origen y sustancia para poder realizar este dilatado silabeo.La acción del lector debe estar cargada de una ética etética fundamental que, en armonía con el espíritu del individu que la profesa, concierten el mundo en un centro nunca vivido, pero siempre deseado.