EN este Trópico se suceden
los jardines que se bifrucan y esa circunstancia, que atisbo
cíclicamente, me conduce a pensar que quizás debiera gestar ya un
sucedáneo con otro título. He pensado que muchas de estas páginas que
voy escribiendo, casi tarareando al hacerlo, debieran llamarse Ser algo
en nada.
Todos los años
surge una conmonción por el ejercicio de la escritura. O dejarlo por
siempre y callar ceremoniosamente o seguir escribiendo, como Glenn
Gould, tarareando las sílabas cada mañana, cada noche, sin más
pretensiones que la de mover los dedos con el espíritu.
Ser
algo en nada puede que aglutine la esencia de estas últimas letras en
el Diario de este año. Cuando comenzaron a brotar, lo hicieron queriendo
narrar lo que una vida (triste, mísera, lábil) tenía por
extraordinario. Al poco tiempo, las palabras ajustaron ese despropósito y
ajustaron también la talla del espíritu del que escribe justamente a su
altura: un ínfimo, casi insustancial verbo.
Verbo,
en latín, significa acción. Y es la acción de la palabra lo que he
intentado trazar de un tiempo a esta parte. La acción de la palabra que
sucede en la consciencia y gracias a los mecanismos de la memoria. La
acción solitaria y sonora de la soledad que traza una música callada de
la razón poética. Somos una contradicción que no puede más que caer en
la cuenta de eso mismo y esa consciencia es suficiente. Todo lo demás es
glosa. Todo lo demás es silencio. Todo lo demás es ser algo en nada.
Un
círculo sucesivo que lleva a otro círculo. La lectura es origen y
sustancia para poder realizar este dilatado silabeo.La acción del lector
debe estar cargada de una ética etética fundamental que, en armonía con
el espíritu del individu que la profesa, concierten el mundo en un
centro nunca vivido, pero siempre deseado.