LA última palabra que estaba escrita desde el viernes, veintrés de noviembre de 2012, era "desprendimiento". Aquello me hizo prosesguir el cuaderno titulado Actos de templanza; desde entonces, me acompaña cada día, cada tarde y cada noche que escribo alguna impresión sobre lo circundante y lo absoluto, sobre ls hombres y las cosas. En muchas ocasiones, he pensado que este hermoso cuaderno hubiera sido pasto de las llamas y que su humo podría haber virado hacia el hogar de donde salió, para sorpresa de su dueño. Un humo vivo, dialogante, que ofrece reprimendas. Sin embargo, ahora está aquí el cuaderno, entre mis manos, soportando la escritura con la tinta verde que he seleccionado para su hechura y discurrir; todo él es ya testimonio de una mediocre e insustancia vida, la mía.
Pienso y escribo; leo y existo. Escribo lo que leo como una acción que deviene de la falta de talento para comenzar desde el origen. Quiero enraizame en la voz de los que han permanecido y han dictado el secreto de ser hombres a los hombres venideros. No sé cómo comenzar a escribir si no he leído; pocas veces la realidad misma ha donado a mi conciencia un pricnipio o un fin para la escritura si no ha sido por el cedazo de lo literario. Vivo la palabra literaria, ella es el axioma y el lugar de mis apariciones.
Ahora, en el silencio que envuelve el cuerpo de E., leo a Leopardi, el Zibaldone. Asiento y enmudezco, tan antiguo me he sentido, como una encina en la obra de Platón: "la lettura per l´arte deleo scrivere è come l´esperienza per l´arte di viver nel mondo, e di conscer gli homini e la cose".