ESTAS notas están escritas y pertenecen al cuaderno titulado La fontana clara, iniciado en febrero de dos mil doce. Escribo en el escritorio de M.C., en la mesa portuguesa lacrada con tonos blancos, anaranjados, azulones y malvas. Su porte, de madera de teka natural, le confiere una bella y sostenida presencia al que la contempla en el silencio del sótano y la acaricia con las manos al dejarlas caer sobre el frío tapete. Escribo, decía, en el escritorio de M.C. rodeado de sus libros escritos en italiano (Lampedusa, Mastrocola, Magris, Camilleri, U. Eco, Primo Levi, ...) y me siento tan ajeno de mí, tan plenamente...
Hace unos minutos me he dirigido a las baldas en que reunimos los volúmenes dedicados a Filosofía y Antropología. Las más de las veces es mi rincón preferido de toda la biblioteca, en la que los momentos más misteriosos y deleitosos han ocurrido. Allí, ante el colorido de los lomos, he comenzado a desplegar un juego que tanto me agrada y con el que tanto aprendo.
Consiste en escoger de las estanterías aquellos libros que aparentemente contienen una sustancia que los hermana y vincula. La búsqueda de ese material, de ese sustrato libresco, de ese concepto que impregna la clave del pensamiento contado es, para mí, la tarea permanente del lector. El lector es siempre en intertextualidad, pues él mismo es un texto de textos, su memoria es siempre un palimpsesto continuo, pero maravilloso. La voz de un lector es de ventrílocuo textual. En el juego, toda vez que parece que puede intuirse la esencia, si es que eso sucede, comienzo a escribir la lectura.
En unas ocasiones, la lectura escrita suplanta por completo las palabras leídas. Es el caso que menos me agrada, el más cercano a la creación personal. En otras, trascribo las palabras de otros literalmente. Es un gozo ir grafiando las palabras de otros a quienes admiramos. En la copia, en la amanuense copia de un texto, el lector parece encontrar una nueva disposición ante el mismo. He aquí los resultados, aunque hoy prefiera expandir el juego a otros lectores, a ti, por ejemplo, que aguardas en el trópico, y a ti mismo, que miras en el espejo los ritmos del silencio:
"Es la confirmación de una idea que mantuve larga y confiadamente: la unidad de la raza humana, no solo en su historia biológica sino también en lo espiritual, que por doquier se ha desarrollado a la manera de una única y sinfonía, con sus temas anunciados, desarrollados, ampliados y retomados, deformados, reafirmados, que hoy día, en su gran fortissimo con todas las secciones tocando a la vez". (J. Campbell, El héroe de las mil caras).
"para mí manifiesta ahora, que los cuerpos no son propiamente conocidos porque los vemos y los tocamos sino porque los entendemos o comprendemos por el pensamiento; veo claramente que nada hay que se sea más fácil de conocer que mi propio espíritu" (R. Decartes, Meditaciones metafísicas).
"el cristianismo es la paideia griega de Cristo" (W. Jaeger, Cristianismo primitivo y paideia griega).
"Yo soy este haz de lo realizado y lo pasado" (C. G. Jung, Recuerdos, sueños, pensamientos).