LOS estados precedentes al conocimiento son las contemplaciones. Estas pertenecen a la tierra, a Naturaleza. En ella se dan con un ajuste premeditado que el contemplador debe desentrañar con la lentitud requerida. El temple es la música que acondiciona el espíritu a la mirada sobre la realidad. Es un estado intermedio, azul, -sí, las contemplaciones son azules aparentemente-, y dejan en el individuo que las ejercita una insatisfacción permanente, un anhelo azuzante, un deseo perpetuado. Las contemplaciones también son los límites y precede, claro está, a lo que se intuye más allá, en donde seguimos siendo aun sin tener conocimiento de ello. Eso mismo es ya ser algo en nada (que es verde), porque para serlo necesitamos serlo todo.
Para la poesía, ese territorio inexplicable, es su esencia misma, pues la poesía contiene lo inefable a pesar de su naturaleza. Así el poeta, hombre por completo que posee un afán de misterios y decires de la aurora que jamas serán dictados por su espíritu.
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El poeta ejecuta con la palabra una acción sobre la realidad. Las acciones no contienen, como pensamos a priori, una causa y una consecuencia. Ese mecanismo pertenece a la ciencia, a lo que la realidad desarrolla con el signo de lo científico y que el hombre, en buena medida, puede llegar a intuir. Todo el que establece los orígenes de sus poemas como si estuviera hablando de un recuerdo nítido, debería dudar mucho de ello.
Sin embargo, la poesía, cuando brota, es misterio desde el origen hasta su dilución. Llega sin ser notada y además es innecesario establecer sus formas de aparición, pues ella es canto de la semilla (que es rojo) en la luz, rastro luminoso de una razón insospechada. Como dijimos en este Trópico, la luz carece de relato y ello queire decir que su aparición en la mente del hombre es tan antigua como él mismo.
La poesía es la condición mágica de la palabra, es ritual y danza y apropiación de lo que el verbo cotidiano jamás podrá nombrar. En la palabra utilitaria, la que usamos para comunicarnos, la música no es naturaleza esencial. Sin embargo, no hay poesía sin ritmo musical, sea este de un tipo o de otro, ya que la música es la cermonia interior que establece una posición del espíritu en el cosmos. La poesía no comunica, revierte el mundo; la pesía no es comunicación, es afán de verdad; la poesía no es comunicación, es el discurso de lo vedado; la poesía no es comunicación, es la armonía para el hombre del mundo.
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La poesía es sagrada en el sentido en que Mircea Eliade habla de lo sagrado: aquello que está en una dimensión distinta a lo rutinario, que nombra más allá de la palabra misma. Esta interpretación me ha conducido a tomar muchos de los poemas actuales, -por no decir la mayoría; los de uno los primeros-, como intentos desmayados por ser poesía.
El hombre moderno ha perdido la consciencia necesaria para que brote de él la palabra poética. Es este un hecho trascendental y terrible, que pocos advierten de esta forma, pues hoy más que nunca existen los poetas en todo lugar. La poesía se resguarda de las eventualidades y el hombre es una eventualidad más como lo es la lluvia, el humo, la sombra...las contemplaciones.