MIS hábitos son de la soledad, no de los hombres. No hay estímulo alguno en el contacto con los demás: todo me resulta contraestimulante. Las ideas, los diálogos, acaso el parecer de los compañeros. Todo es nada para mi persona y no es esto por vanidad alguna, antes al contrario, es por una devastadora indiferencia por lo cotidiano y por las minucias de cada cual. Una tremenda humildad acaba de invadirme, pues leo a Platón y comprendo la estación de lo humilde tal y como los griegos. Cuánta humildad falta en la literatura de estos días, ¿existe, acaso?