AYER estuvimos en Tavira con E. Era la primera salida que E. realizaba a pesar de sus pocos meses de vida. Ella se mostraba tranquila y atenta y no se explicaba el nerviosismo de sus padres. Es cierto que supo amoldarse a todas las circunstancas, incluido el almuerzo regado con bacalo. Había algo en su mirada, en su forma de estar, a pesar del frío, que me comunicaba un mensaje cifrado, el mismo que ella mantiene desde que consigue mirarme fijamente y hablar desde la esencia. Porque el lenguaje de E. es sin palabras, sin mediaciones léxicas; su lenguaje reside en la contemplación y el descubrimiento. Es una mirada poética, que deviene del origen, de la naturaleza. Y es esa fascinación de E. por la realidad la que me conmueve y entristece, pues parece que el hombre, con los años, se va convirtiendo en un insensato y un vanidoso al que ya nada le sorprende.
La caída del sol en las fachas, un animalillo en el agua, el soniquete de las campanas, los colores del atardecer, la voz de los demás, el tacto delicado de una caricia...y cualquier ora acción que se prduzca a su alrededor contiene, para los ojos de E. otra dimensión, la misma que me comunica en silencio cada vez que me mira y parece describirme los límites de la contemlación inmediata.