TERSA mañana y fría tempestad en la conciencia. Estos días leo de madrugada, arropado por las palabras de Thomas Mann y de Herman Hesse. Siempre tengo cera de mí el volumen de Montaigne, pues se convierte en un bálsamo cuando las palabras de los novelistas y escritores comienzan a desfallacer. Porque la palabra poética es siempre vida, vida y muerte. Renacimiento toda vez y siempre. Pues si leemos forzados a mantenernos solo en la acción que describe, el texto caerá en el más solemne olvido. Solo recordamos el misterio de la palabra, que es música callada, que es soledad sonora, que es silbo sonoroso.
Participa esta de la realidad tanto como un tejido del cual no podemos resarcirnos ni separarnos; las palabras son sueños de la noche en nuestras manos, melodías insonoras en la conciencia. Materia inexplicable que nos explica. Pura verdad que siempre es mentira para el hombre; un velo que nos ensimisma, pues ofrece una imagen reflectante del mundo que nos confunde y embelesa.
Tersa noche de copiosas estrellas... el firmamento, desde la azotea, la inmensidad a la que acudo vertebrado de galaxias, es en mí mismo. Respiro y escucho el largo lamento de las luces en el cosmos. Respirar, inspirar.
El silencio posee una música cadenciosa que solo resuena en la bóveda interna de nuestra conciencia. Esa cúpula achatada está repleta de sueños y de delirios.Son destellos, entonces, lo que somos. Iluminaciones. El caos es allí un principio y un fin, ¿no es cierto?
Toda tú, noche, toda tu verdad encierra un proverbio y una sentencia de la luz. Vacío mi cuerpo en tus destellos, en cada parte de tu esencia diluyo mis células. Soy en ti, noche, más que nunca, pues dejo de ser plenamente. Eres orilla de una inmensidad, principio de un abismo que nos contiene y nos explica. Y es a ti a quien ofrezco la palabra, el canto impotente y desvaído de los hombres. Traigo ante ti mi presencia nada más que para comprobar mi inexistencia. Traigo ante ti la palabra, mi palabra, que es silencio y rotundo eco.