E. ya ha mostrado su genio. Golpea y se inquieta, sobre todo
cuando escuchamos la música de Verdi. Parece que ella revive el espíritu social
de las composiciones del italiano y que reivindica, desde su mundo acuático,
que la tengamos en cuenta. Sobre la piel, modulando la epidermis, he rozado, en
un ensueño, el tacto de su luz.
***
AYER, miércoles, 29 de octubre de
1823, volví a reunirme con J.Eckermann y
Goethe. Era la hora de la noche en que se encienden las luces y coincidí en la
puerta con el señor Eckermann. Venía vestido como es costumbre. Su elegancia ha sido siempre una deseada condición para mí, un anhelo, una aspiración, pues
creo, como el señor Wiesenthal, que a falta de una moral o una ética, es
preferible una estética verdadera.
Como decía, el señor Wiesenthal
nos quiso acompañar anoche con un extraordinario concierto de flauta.
Interpretó una pieza que había compuesto después de unos días en Rusia. Es cierto que la melodía principal poseía cierto aire de las estepas, pero sus cadencias eran una delicia que hacinó las
palabras con el calor de la música.
La conversación la comenzó el
maestro, Goethe. Es él quien comienza, de manera socrática, los diálogos. Y
ayer quiso comenzar estableciendo los vínculos poéticos entre lo general y lo
particular en la obra de arte. Recuerdo con precisión sus palabras iniciales: “Después
de todo es en la captación y descripción de lo particular donde palpita la vida
del arte. Es a esta escala de la representación individual donde empieza lo que
llamamos composición”. Yo veía cómo el
señor Eckermann sacaba unos cuadernos e iba anotando todo lo que sucedía allí,
incluso preguntaba en qué fecha había comprado Goethe tal o cual cuadro sin
dejar de anotarlo metódicamente.
Wiesenthal continuaba tocando la flauta con una suerte de arpegios deliciosos que norteaban la conversación hacia donde nunca había pensado llegar si no hubiera sido por la participación de un maestro, de los que conocen la materia de la poesía, de los que son necesarios para comenzar y continuar y acaso para terminar comenzando de nuevo a sus pies, a su sombra, a su calor de hombre verdadero.
Wiesenthal continuaba tocando la flauta con una suerte de arpegios deliciosos que norteaban la conversación hacia donde nunca había pensado llegar si no hubiera sido por la participación de un maestro, de los que conocen la materia de la poesía, de los que son necesarios para comenzar y continuar y acaso para terminar comenzando de nuevo a sus pies, a su sombra, a su calor de hombre verdadero.