VA uno escribiendo una vida, la vida imaginaria, al estilo de Marcel Schwob y cada vez se va haciendo más vivífica y diversa. La diferencia estriba en que es la vida de uno y no la de un personaje
en la que se proyectan los sucesos, los pensamientos, las lecturas, los deseos, el
estado natural del mundo.
Es por eso por lo que hoy, al
estar pagando en la tienda por unas viandas, he sentido una llamarada profunda e
interna que me convocaba inexcusablemente ante esta página en blanco. Ante esta
página ante la que estoy sentado y en la que escribo diría que poseído por un afán o
una búsqueda que todavía no he logrado descifrar y de la que pienso siempre que
estaré en continua indagación.
Consiste en salir al encuentro de
la causa y de obtener de continuo las mismas consecuencias, a saber, divagaciones, tanteos,
nada, al fin al cabo, que sea algo o que sea todo.
Lo turbador llega con los azares
y la ficción. Hace poco le preguntaba a JMB por el profesor Mario Praz, pues me
interesaba qué opinión tenía sobre sus ensayos sobre pinturas y poesía. Y hoy,
en unas páginas de El amigo de Viena, de Sergio Pitol, narra el mejicano cómo
acude a una cena invitado por nada más y nada menos que las hermanas Zambrano.
En esa reunión, en Roma, uno de los comensales es Mario Praz.
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JOHAN Melchior Molter suena en
toda la casa. Hoy, -que ni M.C. ni E. están conmigo- las recupero otorgándoles,
a estos prodigiosos pentagramas, lo que Octavio Paz llamaba “la casa de la
presencia”. Cuando lleguen las dos escucharemos esta música de Molter como lo
hicimos el otro día con Verdi, Corelli y Bach. Aunque, al escuchar esta música,
parece que los tres nos encontramos, por la gracia de la cuántica del espíritu, en un estado
y un territorio compartidos.
***
MIENTRAS leo algunas páginas en italiano
de Zibaldone, proyecto, junto al retrato de Leopardi, un jardín armonioso. Il giardino armónico.
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NO debería fatigarme en la
búsqueda y con el trabajo diario de la palabra, a pesar de su lentitud y de sus escasos
progresos. Tampoco debería entregar la voluntad de cuajo y desasirme de la
intensidad y el voltaje, porque, de vez en cuando, en escasas ocasiones, se
encuentra uno con la palabra de un maestro que, de pronto, arroja luz allí donde
no había nada, ángulo muerto. Con este tipo de asertos entienden el lector y el
escritor que la materia que precipita en las letras debe contener no los
recursos ni los ingenios, no la panoplia de elementos que desde la antigüedad
ayuda a mejorar la obra literaria. Hay una materia por encima de todos estos
recursos para crear el artefacto, un elemento crucial que casi siempre se nos olvida
y que casi nunca tenemos en cuenta. Una naturaleza que nos habita y que es
difícil educar y matizar o apenas lustrar. Dice Wiesenthal: “Después de muchos
años de ejercer el oficio de escritor, he llegado a la conclusión de que un
libro no tiene interés si no lleva dentro una buena parte del corazón de su
autor”.