¿PUEDE un escritor inventar un
sentimiento? Hoy, en una tertulia con unos amigos, he negado que un escritor
pueda crear un nuevo concepto emocional. Lo he verbalizado a la ligera, sin
tener la conciencia amainada en tal aserto. Puede que, en principio, uno
niegue que alguien pueda inventar o establecer una realidad o un sentimiento o
una emoción individual en una obra artística, pero se me olvidó una cuestión
crucial que puedo reproducir aquí, en la soledad del diario, para calmar mis
ánimos. Decía que, quizás un artista no pueda crear ex nihilo un sentimiento y convertirlo en un universal, pero si
puede modificar el universal y reconducirlo, ensancharlo, configurarlo con
nuevas aportaciones formales. Es esto, en cualquier caso, a lo que debe aspirar un poeta, a
participar del sentimiento universal desde su individualidad y a que algo de su
ser como individuo impregne el concepto universal para que, con el tiempo, los
que se arrimen a lo perenne, aun sin saberlo, reciban la herencia del genio que
habitó en el hombre. Es la constante controversia entre lengua y pensamiento
que, una vez más, convoca todas mis atenciones porque, e el fondo de la cuestión, sé que existe la compleja claridad de la palabra.
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M.C. ha terminado de leer el
libro de Collodi, Le avventure di Pinocchio,
en italiano. La lectura ha sobrepasado las expectativas que había proyectado
cuando se hizo con el libro. Cuando lo concluye, me comenta una interpretación
de Calvino que se añade en el libro y que viene a defender las fabulosas propiedades
del mismo, incluso llega a reivindicar la importancia de estas páginas en consonancia
con la falta de una tradición picaresca en Italia. Lo cierto es que me dice M.C.
que las páginas de Collodi son una fábula maravillosa, perfectamente engarzada y
ejecutada que nada tiene que ver con la prototípica imagen que ha quedado en el
imaginario colectivo. Esto, por una parte, me alegra, me satisface que MC me alegre la tarde con estos matices y estos comentarios, pero me entristezco por no leer el texto directamente del italiano para quedarme, no solo con la sugerencia, sin con la lectura.
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DECÍA I.P.C. que las novelas actuales le resultan antiguas; decía que estaba leyendo a Rousseau y que estaba maravillado con esas páginas prodigiosas de un espíritu de una época. Uno no podía estar más de acuerdo con él, pues entre los que se creen herederos de lazarillos y quijotes, los que son nociescritores y los que suenan a organillo de salón; los que no han leído y creen que van contra la tradición y los que escriben literatura como si estuvieran escribiendo cualquier otra cosa, la novela, -con pocas excepciones-, y la prosa, en general, como cauce de expresión -diría yo-, anda a la antigua, por muy moderna que se piensen los que escriben.