LA mañana, cargada de actos
absurdos. El mediodía en un punto se es ido. La tarde quietamente se transmuta
en la noche. Cerrada la conciencia, solo quedan en el horizonte los rastros de
lo que alguna vez observamos, el reflejo perpetuo de nuestras figuraciones.
Libros, papeles en la mesa,
lecturas, el silencio que invade el temblor aparente. Las voces de quienes
gimen en los senos de la claridad por
haber nacido aun sin quererlo. El frío, un frío conjetural. La rosa se mantiene
intacta a todo esto.
CUÁNTOS dulces sueños cerca del
ciruelo. Sus ramas permanecían fijadas en el susurro de la noche cuando
mantenía los ojos proscritos a la Luna. Ciruelo de centelleo, de tierra
almidonada, ciruelo de lenta cadencia y alminar en las pupilas. Tu fruto es una
espera deleitosa, un meditar solemne de las ramas en los astros.
ERES ya, tarde, un lied.
CUANDO la música suena y contemplo a MC
sentada en el sofá e imagino a E., en su territorio amniótico, atisbando las
melodías de la mandolina, los arpegios
del violín o los bajos continuos, me creo figura restante en una naturaleza
quieta. El cuadro está dentro y dicta lo que somos. Hay una reverberante
quietud hogareña que contiene la fuerza de la sensibilidad, de una sensibilidad
apocopada en la palabra.
Fuerza cenital y fuego prometido
a los hombres. Orfeo transita todavía entre nosotros, ¿no escucháis su
presencia?
HAY quien desprende fraternidad, como A.C, en
su vida y en su poesía. Y creo que con eso, con ese enorme e inabarcable
sentimiento, puede uno darse por satisfecho. El amor en la palabra por el ser
humano, el amor candente, que brota límpido y confabulado. El que hace que
cuando lees un poema te congracies con el mundo.
A VECES, lo extraordinario pasa
por tu vida sin que retengas consciencia de ello. Y lo hace sigilosamente, como
suceden los grandes espacios del ser en el hombre. Un gesto, una presencia, una
palabra, la vida.