lunes, 13 de febrero de 2012


LA mañana, cargada de actos absurdos. El mediodía en un punto se es ido. La tarde quietamente se transmuta en la noche. Cerrada la conciencia, solo quedan en el horizonte los rastros de lo que alguna vez observamos, el reflejo perpetuo de nuestras figuraciones.
Libros, papeles en la mesa, lecturas, el silencio que invade el temblor aparente. Las voces de quienes gimen en los senos de la claridad  por haber nacido aun sin quererlo. El frío, un frío conjetural. La rosa se mantiene intacta a todo esto.

CUÁNTOS dulces sueños cerca del ciruelo. Sus ramas permanecían fijadas en el susurro de la noche cuando mantenía los ojos proscritos a la Luna. Ciruelo de centelleo, de tierra almidonada, ciruelo de lenta cadencia y alminar en las pupilas. Tu fruto es una espera deleitosa, un meditar solemne de las ramas en los astros.


ERES ya, tarde, un lied.


 CUANDO la música suena y contemplo a MC sentada en el sofá e imagino a E., en su territorio amniótico, atisbando las melodías de la mandolina, los arpegios del violín o los bajos continuos, me creo figura restante en una naturaleza quieta. El cuadro está dentro y dicta lo que somos. Hay una reverberante quietud hogareña que contiene la fuerza de la sensibilidad, de una sensibilidad apocopada en la palabra.
Fuerza cenital y fuego prometido a los hombres. Orfeo transita todavía entre nosotros, ¿no escucháis su presencia?


 HAY quien desprende fraternidad, como A.C, en su vida y en su poesía. Y creo que con eso, con ese enorme e inabarcable sentimiento, puede uno darse por satisfecho. El amor en la palabra por el ser humano, el amor candente, que brota límpido y confabulado. El que hace que cuando lees un poema te congracies con el mundo.


A VECES, lo extraordinario pasa por tu vida sin que retengas consciencia de ello. Y lo hace sigilosamente, como suceden los grandes espacios del ser en el hombre. Un gesto, una presencia, una palabra, la vida.