domingo, 21 de octubre de 2012

NO suelo traer aquí asuntos rutinarios del trabajo como profesor, pero este curso me encanta mi trabajo, pues me he convertido en un eventual profesor de Latín. Los alumnos me ven entrar, cada día, con una sonrisa en la boca y cargado con diccionarios y textos latinos. Aparece porque no hay sesión en que no reluzcan unas palabras de Tito Livio, unos versos de Ovidio o un apotegma de Cicerón. Cuánta sabiduría acumulada en los antiguos sin ser advertida por los modernos. En ellos, como en Platón y Aristóteles, está todo y todos los límites.  Esta semana, por ejemplo, he llevado un texto de Montaigne y les he leído algunos pasajes de los Ensayos. .
Lo mejor de la situación es que la materia se tiene como una optativa que poco importa y a nadie interesa más que aprueben los alumnos. De esta forma, me veo alejado de protocolos, requerimientos y bobadas sobrantes que siempre fustigan el deleite. Leímos un fragmento de Séneca que venía a decir: "La mayor rémora de la vida es la espera del mañana y la pérdida del día de hoy" y los alumnos emprendieron un diálogo intenso sobre el asunto.La antigüedad, puesta al descubierto y sacudida del polvo de los que creen saber de ella sin vivirla, impulsa a los espíritus hacia una esencia y una verdad que es origen.