Son teselas de un enorme mosaico los poemas del poeta; fragmentos que independizan una idea, que convierten las horas y los días vividos en pequeñas e inconexas verdades para el creador. Luego llega el lector y lo ve todo con la perspectiva adecuada: un enorme mosaico, con lagunas, con esquinas inconclusas, pero que, si fue verdadero, con destellos de misterios y belleza.
Irrenunciable, la poesía es un estado irrenunciable, pero no se escoge. Nada más triste y paupérrimo que un poeta que se piensa poeta, que cree que él ha escogido el don de la ebriedad. Solo la humildad responde a las causas de la poesía; no hay en ella atisbo ni pujanza de la egolatría. Si eso es así, el poeta está imponiendo una tiranía que terminará por destruirlo a él mismo. Eso sucede en la mayoría de los poetas, sobre todo con los que creyeron, algún día, que la poesía les debe algo.