jueves, 18 de octubre de 2012



AFIRMABA Ovidio que los romanos leían el Libro IV, de Eneida, de corpore toto, con los cinco sentidos aplicados sobre el texto. Es esta una metáfora de la propia vida, ya que un texto literario es plurisignificativo por naturaleza, inagotable fuente de sugerencias y de espacios cerrados a la lectura inmediata. En eso consiste la madurez, en una lectura lenta de la vida. Claro que los hombres se dan cuenta de que son humanos cuando van a perecer.
 Después de leer el fragmento de Dido y Eneas transformado por Virgilio, sucede que la intuición me lleva a Novalis. Cuando comienzo a leer el primer Himno a la noche , me cercioro de que exactamente esta es la literatura: los hallazgos cotidianos que traen lo perpetuo a la mesa.  Escribe retóricamente Novalis:
“¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama por encima de todas las maravillas del espacio circundante, a la luz jubilosa –con sus  colores, sus rayos y sus ondas, dulce omnipresencia al despuntar el alba?”

Continúo con algunas Elegías de Propercio. Ello me lleva a pensar sobre lo que llamo la heterodoxia transparente, esto es, a los autores que han profesado la heterodoxia desde el pensamiento, sin afán alguno de mostrar una sintaxis manifiestamente truncada y desposeída de las convenciones al uso. Esa heterodoxia es parcial, pues lleva al vacío mayor para un poeta o un escritor: la falta de pensamiento en sus letras.
Sin embargo, Garcilaso es un heterodoxo transparente, profundamente transparente, como lo fue fray Luis o el mismo Cervantes, ejemplo supremo, este último, de heterodoxia traslúcida. Creo que a los transgresores, en las letras actuales, se les confunde con los experimentadores que siempre han existido y que pocas veces han perdurado.  
Dejando para otro momento este asunto, sigo leyendo un verso de Propercio que ocupa buena parte de la madrugada; con él inundo el collado desierto de las musas.  

Nudus Amor formae non amat artificem

Un poema de Francisco de Rioja cierre la noche antes de que la aurora tome posesión del mundo. Es un poema titulado “A la arrebolera” y encierra una profunda suerte de reflexión metafísica: el hombre circunscribe su felicidad a no sobrepasar los límites fijados por naturaleza. Los versos que más valoro son los siguientes:

[…]
“Tú las divinas sienes
ciñes de la callada noche oscura”,
[…]

El poeta es un heterodoxo de los significados de la noche: en ella habita sin consciencia, en ella desprende su aroma como una mirabilis. Leo en la noche de corpore toto, entregando los sentidos a los límites de naturaleza, pero no hallo aún la felicidad de la palabra, solo el aroma del amor tal y como lo anunciaba Platón, ¿existe la palabra de la noche, la alcanzaré en alguna aurora?