AFIRMABA Ovidio que los romanos
leían el Libro IV, de Eneida, de corpore toto, con los cinco sentidos
aplicados sobre el texto. Es esta una metáfora de la propia vida, ya que un
texto literario es plurisignificativo por naturaleza, inagotable fuente de sugerencias y de
espacios cerrados a la lectura inmediata. En eso consiste la madurez, en una
lectura lenta de la vida. Claro que los hombres se dan cuenta de que son
humanos cuando van a perecer.
Después de leer el fragmento de Dido y Eneas
transformado por Virgilio, sucede que la intuición me lleva a Novalis. Cuando
comienzo a leer el primer Himno a la
noche , me cercioro de que exactamente esta es la literatura: los hallazgos
cotidianos que traen lo perpetuo a la mesa.
Escribe retóricamente Novalis:
“¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama por encima de todas las
maravillas del espacio circundante, a la luz jubilosa –con sus colores, sus rayos y sus ondas, dulce
omnipresencia al despuntar el alba?”
Continúo con algunas Elegías de Propercio. Ello me lleva a pensar sobre lo que llamo la
heterodoxia transparente, esto es, a los autores que han profesado la
heterodoxia desde el pensamiento, sin afán alguno de mostrar una sintaxis
manifiestamente truncada y desposeída de las convenciones al uso. Esa
heterodoxia es parcial, pues lleva al vacío mayor para un poeta o un escritor:
la falta de pensamiento en sus letras.
Sin embargo, Garcilaso es un
heterodoxo transparente, profundamente transparente, como lo fue fray Luis o el
mismo Cervantes, ejemplo supremo, este último, de heterodoxia traslúcida. Creo que
a los transgresores, en las letras actuales, se les confunde con los
experimentadores que siempre han existido y que pocas veces han perdurado.
Dejando para otro momento este asunto, sigo leyendo un verso
de Propercio que ocupa buena parte de la madrugada; con él inundo el collado
desierto de las musas.
Nudus Amor formae non amat artificem
Un poema de Francisco de Rioja
cierre la noche antes de que la aurora tome posesión del mundo. Es un poema
titulado “A la arrebolera” y encierra una profunda suerte de reflexión
metafísica: el hombre circunscribe su felicidad a no sobrepasar los límites
fijados por naturaleza. Los versos que más valoro son los siguientes:
[…]
“Tú las divinas sienes
ciñes de la callada noche oscura”,
[…]
El poeta es un heterodoxo de los significados de la noche:
en ella habita sin consciencia, en ella desprende su aroma como una mirabilis. Leo en la noche de corpore toto, entregando los sentidos
a los límites de naturaleza, pero no hallo aún la felicidad de la palabra, solo el aroma del amor tal y como lo anunciaba Platón, ¿existe la palabra de la noche, la alcanzaré en alguna aurora?