martes, 16 de octubre de 2012

PARA la caminata de esta tarde con E. escogí un libro numinoso. Lo hice para que amparara nuestros pasos cuando la tarde estaba tomando un gris turneriano. Era un cielo inconmensurable, pues su infinitud sobrecogía. Llevaba unos días leyéndolo de madrugada y me faltaba solo unas páginas para acabarlo; quise finiquitar la emoción junto a E.    
El volumen ha sido una revelación que, en muchos aspectos, vienen a coincidir con lo que uno ha escrito hasta entonces, pues Walter F.Otto, en Las Musas, afirma: "La poesía es la lengua materna del género humano". 
Eso supone una vuelta a los orígenes, pero no a los que han querido trazar los libros de historia y la bibliografía, sino la que responde a la especie humana: nuestro origen esencial, que es quizás el centro del que nos apartamos irremediablemente, pero al que debemos volver irremediablemente. Esa lengua materna es música en su origen, en su franja predecesora: " Solo cuando hayamos comprendido la lengua como música podremos aproximarnos a la pregunta acerca de qué ha significado esta clase especial [la poesía] de música". 
La palabra, la palabra originaria y central, que dota al mundo de sentido para el hombre, esa es la palabra poética. Un sentido transgresor y misterioso, que pertenece a la razón luminosa del mundo y el cosmos. Como advierte Otto: "el hombre tiene el sentimiento vago de tocar con la palabra la existencia misma".
Y, entre todas, la poesía quizás se alce como la existencia más profunda y colectiva, la que resguarda un decir musical, armonizado en un canto que resuena cada vez y siempre, pues "el canto y el habla deben pues tener su razón en la necesidad de entendimiento de índole superior". En la poesía verdadera resuenan cantos de conocimiento vivo.