Entre
las zonas de los columbarios y la Casa de Mitreo, en Mérida, hay un paseo de
tierra, colmado de pinos y cipreses, que contiene unas tablillas con
textos de Séneca, Cicerón y Epicuro. Fue un paseo breve, pero de inmensa
belleza el hecho de arrimarnos a esos letrerillos con letras menudas que
contenían las verdades de los autores antiguos. Destacaban las palabras
de Séneca que, allí, encimando la tiera fría, en medio de un monte y de
la piedra romana, parecía adquirir un halo de verdad más nítido que
nunca. La vida, el tiempo, las ilusiorias manifestaciones de la verdad,
la conjugación de lo pasado, lo venido y lo que está por llegar como el
murmullo de la transparencia y la consciencia de ser algo en nada.
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El mundo no es un impedimento para la literatura, el único impedimento es el hombre.