martes, 8 de enero de 2013


PABLO d´Ors apunta a una cuestión fundamental para el ejercicio literario, a pesar de que su libro, Biografía del silencio, reflexione sobre la meditación sin más, a saber: "es maravilloso constatar cómo conseguimos grandes cambios en la quietud más absoluta". Es precisamente la indagación del silencio y de la soledad sonora la que confiere a la estancia la sensación de movimiento, el álgebra del movimiento de los astros en uno mismo. No podemos obviar que el universo es un movimiento perpetuo que no notamos en noostros más que cuando ejercitamos la contemplación: que es hacerse paisaje, dejarse uno mismo olvidado. Sólo basta leer a fray Luis de León para caer en la cuenta de la belleza de sus poemas. 
En esa ciscunstancia, el propio Pablo atisba que: "hay más bien una suerte de instalación en un no-lugar. Ese no-lugar es el ahora, el instante es la instancia".

Ocurre con la creación literaria como con la meditación. De pronto, observa uno la existencia voluminosa que se agazapaba dentro de uno mismo. Para edificarla y sacarla a la luz es necesario, en principio, tener consciencia de ello únicamente en el silencio y en la soledad. De esta manera, el escritor tendrá establecido un sendero, que se difumina al instante, en que poder traer el canto a los hombres. Como Orfeo, la experiencia interna, vivida solo por él y jamás comunicable por extenso, será la materia de la vida. Escribe Pablo d´Ors: "La virtud del escritor radica únicamente en estar ahí cuando el libro se escribe, eso es todo". Todo y demasiado, "estar ahí" supone una estación preclara del ser para el escritor. 


Me agradan mucho los pasajes del libro en que se propone un abandono de toda rémora para interpretar abiertamente la realidad: "a la vida no hay que añadirle nada para que sea vida y, todavía más, que todo lo que le añadimos la desvitaliza". Eso es lo que ocurre cuando el poeta vuelca su vida en reuniones y cenáculos, la desvitaliza. Para colmo, luego trata de llevarla a lo poético creyendo que su vida, la añadida circunstancia superfical, es el centro de la poesía. 

Una de las claves del libro, Biografía del silencio, está en esta sentencia: "Mirar algo no lo camba, pero nos cambia a nosotros". La mirada que ausculta la quietud; el ser que se moviliza ante la dimensión inaprensible; la posterior transformación. Hace unos años esciribí, en este diario, que la literatura es la manifestación de la transformación y de la permanencia. Hoy sigo creyéndoo abiertamente.

 Es una confirmación a la que me aferro de un tiempo a esta parte. El arte cohabita con la espritualidad y estas dos dimensiones parecen hermandas por el Amor. El Amor, al mismo tiempo, está transido de Belleza y de Verdad. Así, estos términos y las posteriores consecuencias en la vida de uno, terminan por tornarse en realidades concretas con las que debe trabajar el poeta para trascenderlas. En cualquier caso, estamos ante la cuestión ancestral del yo que, com anuncia Pablo: "Ser lo que uno es ha pasado a convertirse en el máximo desafío".

En esa búsqueda de lo que soy medito, escribo, vivo lo que creo vida, escribo lo que creo literatura, medito lo profundo y necesario siempre alejandome de las tentativas, de los subterfugios que aparentemente son más beneficios. Todo ello en silencio, en soledad, desplegando un yo que me abandona. 

Entendidos estos parámetros como lo que afirma d´Ors: "no se trata de egoísmo o de indiferencia, sino de simple responsabilidad. Hay que responder de lo propio. En el tribunal de nuestra consciencia, tenemos que dar cuenta de lo que hemos recibido. De lo que vamos a dejar en el mundo antes de morir y abandonarlo".