TODA la noche en vela, sin dejar de pensar fuera de mí. Escuchaba la respiración de E. en el silencio que nos arropaba. Era una cadenciosa y lenta manifestación de su ser: respirar, inspirar, donar al mundo, ser el mundo dentro de uno. Acompasado, trataba de mantener su ritmo, pero los órganos, el cuerpo, delimitan nuestra presencia.
Al cabo de un tiempo, me levanté de la cama parsimonisamente. Bajé al salón de la casa, encendí la luz y me vi a mí msmo leyendo en el butacón: no había subido a dormir entonces. Allí, ajeno de mí, leía una novela predilecta de Thomas Mann, Doktor Faustus. Mantenía un lápiz en la mano derecha y la mirada, aunque cansada, fija en las letras del voluminoso libro. La escena era de estupor y de maravilla.
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El escritor cree que su creación se produce ex nihilo. Sin embargo, a poco que la consciencia asoma en su contemplación, percibe que la obra estuvo ahí, en otro espacio que era su propia existencia; en un tiempo que no se vive en el exterior: es el tiemp del ser.
Quiero decir que el escritor desnuda lo invisible, despoja de artificios lo evidente que se manifiesta del ser para la estética. La creación es un proceso de desvelamiento continuo, de casi posesión inadvertida e inexplicable. Por este motivo, un libro de poemas contiene pocos o ningún poema verdadero; visto así, la prosa de una novela fuerza de continuo la naturalidad de la creación y se conforma con pocos pasajes puros y abisales.