miércoles, 20 de marzo de 2013

CON Montaigne no deja el lector de caer en la sorpresa. Acude uno a un texto guiado por el título de la misma y, sin saber cómo, el ensayista francés lo va secreteando todo hacia otra luz, hacia otro entendimiento. Leo, por ejemplo, un texto titulado De las vanas sutilezas y subrayo lo siguiente, pues recoge no pocas de las percepciones que uno tiene sobre el afán de sabiduría que existe en el mundo actual, tan ligado al ámbito científico y a la primacia del razonamiento positivista: "Puede decirse, con verdad, que hay ignorancia analfabeta, la cual va antes de la ciencia; y otra doctoral, que viene tras la ciencia: ignorancia que la ciencia hace y engendra, al igual que deshace y destruye la primera".

Cree el hombre que la "ciencia doctoral" es el entendimiento de la supremacía. Todos los que poseen titulaciones académicas, los que han investigado profusamente sobre un tema, los que se ensalzan como conocedores de esta o aquella disciplina porque conocen la técnica porque han leído libros sobre el asunto de marras, todos, en defnitiva, los que aplican al arte y a la vida el rigor de la ciencia creen comprenderla y dominarla. No pueden estar más equivocados en mi opinión. Si es sucede es porque se ha producido un envilecmiento de la vanidad, un encrespamiento del ego. El dominio o pensar que uno domina una disciplina artística es síntoma de la egolatría más absoluta.  

Esta postura puede que sea válida para el estudio de una disciplina o para comprender, con más profundidad, el qué de ciertas realidades; pero no sucede así en el arte. El exceso de técnica en el arte empobrece, deja el brillo a escondidas. Es más, a veces, hace desaparecer el arte hasta reducirlo a una fría y monótona ejecución técnica. Conocer la técnica no es conocer la esencia y el arte, por mucho avance que tengamos en los procedimientos; todavía y siempre el arte encierra un misterio. El que no lo entienda así tan solo reproducirá falsetas vacuas, plantillas frígidas de espíritu. Perecerán con su propio autor, nada más, no se incardinarán en el devenir del hombre. 

Es el propio Montaigne quien lo explica para mi sorpresa. Coincido con su apeciación de un tiempo a esta parte y así quedó escrito en su momento. Dice Montaigne: "La poesía popular y puramente natural tiene unos ingenuos encantos por los que puede compararse con la principal belleza de la poesía perfecta según el arte; como puede verse por los villancicos de Gascuña y por las canciones traídas de las naciones que no conocen ciencia alguna, ni siquiera la escritura. A la poesía mediocre que se detiene entre las dos, se la desdeña sin concedérsele honor ni valor".