lunes, 4 de marzo de 2013

LAS más de las veces afirmo que la música siempre es conocimiento iniciático y que, a diferencia de otras manifestaciones artísticas, es misterio, enigma y siempre verdad. Por eso conmueve en el espíritu hasta desgajarlo de sí mismo; es la única manifestación humana que proviene de la matemática y de la aritmética y que demuestra que el fundamento del arte no reside en la técnica sino en otra dimensión, indescriptible, en lo que solo es cognoscible. Por esto mismo, sólo los genios y maestros logran proyectarlo en su obra hasta la orilla de la humanidad.

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En Escocia el paisaje se trueca el alma de tal manera que solo podía uno mantenerse erguido y solemne ante aquellos acordes de Naturaleza. Las montañas, las laderas, los riachuelos atravesándolo dolorido y perenne, los verdes armonizados por un cielo siempre mesurado y húmedo. Y el silencio sobrecogedor, necesariamente meditabundo y poliédrico que se entremetía en la respiración. 
Las figuras en el horizonte adquieren en Escocia una sublime estancia. El olor, el olor era sacramental y primitivo. Parecía conducir a un origen ya olvidado de nosotros mismos, al silencio en que restallan las música prendida del origen.  

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Caravaggio es uno de los pintores, si no el mejor, que se ha valido de los efectos de la música. Baste contemplar la figura, extasiada y mediúmnica, andrógina y mortal,  que se ofrece en "Joven tocando el láud". Belleza, matemáticas, naturaleza, amor idealizado: "Voi sapete ch'io v'amo"...