viernes, 29 de marzo de 2013


25 de marzo de 2013

AYER estuve paseando con Fernando Pessoa en Portugal. No había dejado de pensar en él desde que estábamos proyectando visitar Portugal. Me ha sucedido siempre, Pessoa ha sido la personificación de la melancolía portuguesa y, al tiempo, el que procura desvelar qué es el yo que no conozco.
Después de catar la cataplana de rape y el vinho verde casero que nos ofreció el cocinero Pontinha, pude ver que Pessoa ya estaba esperándonos en el puente. Reclinado, con el abrigo negro y su sombrero verdáceo, leía con la tranquilidad con que fluía el río. Era un heráclito cristiano. Al acercarnos a él en el puente romano de Tavira, E. comenzó a mirarlo todo con una extrañeza inusual. Pessoa se alegró al ver que llevaba a E. en los brazos y lo primero que hizo, casi sin saludarnos, fue lanzarle los brazos, a lo que E. contestó con un salto que terminó casi tirando al suelo al poeta.
E. le agarro con dos deditos el bigote y Pessoa reía, reía con todos estos gestos que pensábamos imprudentes. “No, no”,-nos decía, en su limpio portugés-, “la vida, hay que dejar que se manifieste la vida y nosotros en ella. Seamos lo que seamos, seamos quienes seamos”. 
Más tarde, M.C. decidió ir con E. a dar un paseo junto a la ría. Nosotros nos quedamos tomando café y dialogando. No dejé de decirle al poeta que el diálogo era ya una forma de entendimiento absoluta, para mí, fundamental. Él, decía, con cierta solmennidad, se puede dialogar en el silencio y en la soledad. 
  
 26 de marzo de 2013

LLEGAMOS a Faro por la carretera nacional que bordea la costa, la N125. El olor de la tierra húmeda ya anunciaba la claridad de la costa. Las ciudades que dan al mar dan otra vida a sus ciudadanos. En Faro tomamos café, un exquisito café en el centro de la ciudad y degustamos un delicioso pescado fresco, recién sustraído del mar. En este caso, bacalao. 
La tarde iba cayendo con una melodía de encina que pronto volvió húmeda no solo la tierra sino la noche toda.Vimos la serenidad de la playa solitaria y quizás allí nos vimos los tres, en multitud de ausencias, en el himno prelado de la tarde susurrando nuestras figuras emparentadas.

27 de marzo de 2013

Olhao, el puerto pesquero. Olor a óxido y a ceniza. Centelleantes luces sobre el mar. Una conversación soberbia con un poeta lisboeta que anhelaba el Sur. Nos conocimos porque me estaba tomando una cerveza mientras leía a Dante. Rilke, el poeta nombró a Rilke y a Hölderlin. Y a Pessoa, pero sobre todo a Dante. No dejé de escucharlo, pues se reconcentraba en sus ojos una melancolía súbita, un reflejo permanente de la vida aquilatada de ausencias. Le dije que había estado con él días antes y que E. le había tirado del bigote… el poeta lisboeta reía, pensaba que era una exageración. 
Cuando nos despedíamos me preguntó qué era la poesía para mí. Le dije: un centro, un centro indudable, del que no sé nada, del que nada entiendo, pero en el que la poesía se manifiesta sin ambages y en el que uno no es nada, es nadie.  Ese centro es el ser mismo de la poesía y solo se entiende con razones luminosas.Cuando levanté la cabeza ya no estaba. ¿Una ensoñación, alter ego, el diálogo en silencio y soledad? 

28 de marzo de 2013

Toda la mañana en la Isla de Tavira. Desde una isla la poesía se lee con una portentosa añoranza. La poesía en una isla es la luz de esa isla y son las aguas que bañan la isla. Llevaba un libro de T.S. Eliot y otro que Pessoa me había regalado: una traducción de algunos pasajes de la Commedia, de Dante. Trataba de concentrarme en esos pasajes en portugués para tratar de  reconocer en la lengua lusa alguna cadencia que pudiera trasladar a mi lengua materna, el español. 
Nos sentamos en un bar que asomaba a una inmensa playa y allí nos acompañaba un matrimonio joven, que acababan de llegar de Londres. No hablaban español. Vivían cerca de Kesington Park y estaban explorando el sur de Portugal.

29 de marzo de 2013

Una luvina en Sem espinhas ha dejado impregnada la esencia de Portugal en nuestros recuerdos. Un pescado fresco, de natural paladar, elaborado en su punto exacto de sal. Cada bocado era un humedal y una decadencia.  Noto el aire mineral portugés. El viaje ha efectuado de nuevo su acción: renueva al ser, lo transpone, lo hace débil y, sobre todo, dialogante con las miserias personales.