jueves, 7 de marzo de 2013

LA transparencia, Dios, ...clamaba el poeta. Hay un desierto invisible a los ojos por el que poeta deambula: es su vida, la vida ajena. Ese desierto es la plenitud otorgada, en la que no hay límites previos, ya que es el propio poeta el que los marca y el que los traspasa. Depende todo de su consciencia.
Para deambular por ese desierto invisible, de música silente, el poeta mantiene la fidelidad en el silencio y la soledad, así como en las amanecidas que cícliamente le advierten su presencia mortal. Ante ese reino de lo ignoto, la palabra debe ser semilla.    


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Lo primero que hizo E. al ver el naranja fue intentar escaparse de mis brazos para agarrar el libro. Parecía que ella estaba ya a la espera de esa cubierta, aun sin saber que ella misma es materia y forma de la poesía.

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Una de las vetas de este Trópico se titula Cuestión de desnudez. Nació por el deseo de escribir sobre la desnudez de la estética poética que tan necesaria creo para la poesía, para comprender con pureza el discurso de lo poético.
Hoy, en el frescor de las palabras de J.R.J., leo conmocionado lo siguiente: "Lo desnudo siempre es nuevo. Lo vestido, más viejo cada vez".

Esta síntesis recoge con exactitud la idea central de mis intenciones pretéritas: no ir arropando la palabra, sino conducirla a la desnudez, a su desnudez, a la desnudez de la propia palabra.