AYER, por la tarde, escuchaba "La canción de la tierra" de Gustav Mahler. Mientras sonaba, releía algunos pasajes de Thomas Mann, sobre todo, de las disquisiciones de Tonio Kröger sobre las diferencias en la sensibilidad ante el mundo. Bellezas extrañas las dos, la música conjuraba una secuencia de celestes destellos, armonías mixturadas desde el espíritu exasperado del compositor.
Mann, por su lado, volcó en este relato buena parte de lo que después sería la mágica escalada a la montaña y, sobre todo, el personaje de Doctor Faustus, Adrian Leverkühn. Tonio es un germen que nació con hechuras de plenitud.
Un poeta me afirma que acaba de visionar un libro, que todo él está en una visión. ¿No es eso, acaso, suficiente? El poeta en la claridad. El poeta dando brazadas en la perversa forma de la palabra. ¿No será la palabra el encuentro con el caos?
El sendero de Rilke, en Trieste, era armonía. Su recuerdo, fogonazos de aquella comunión. Recuerdo que nos perdimos por unos momentos junto al acantilado: nunca habíamos estado más plenos y situados.
En Almería, por la noche, junto a la orilla, dos cuerpos. Se besaban, se amaban, desaparecían en los reflejos del satélite y volvían a aparecer.
Los senderos se bifurcan hasta expandir el tiempo y el cuerpo en jardines secretos de la noche.