sábado, 4 de enero de 2014

CON Marco Aurelio la lectura se amolda a un sosiego inusitado. Pareciera habitar uno en los moldes de una estación de perennidad, de palabra y advertencia profundas. Tenía subrayados muchos pasajes en el ejemplar, líneas completas, fragmentos por entero. Incluso había anotado un conato de verso o de poema trunco que comenzaba "Esto fue todo lo que soy".  
En efecto, en el Libro II., 2, escribe esto mismo Marco Aurelio: "Esto es todo lo que soy: un poco de carne, un breve hálito vital, y el guía interior". El guía se mantiene como un concepto percuciente durante el resto de la obra. Es más, ese guía es el que provoca la escritura de Meditaciones, el que templa y armoniza las disquisiciones entre cuerpo y el alma. 

Otra de las fascinaciones que mantengo con este autor está ligada al absoluto convencimiento de que la muerte consiste en una disolución de elementos que responden a la causa y armonía de naturaleza: "y nada es malo si es conforme a naturaleza". 

El último tiento me conduce al Libro IV. El escritor condensa su pensamiento en breves sentencias, apotegmas que desprenden un alud de estoicismo deslumbrante.  Epicteto, transmutado de Platón, en la palabra de Marco Aurelio: 

"Eres una pequeña alma que sustenta un cadáver"


El guía es lo que hace inconmesurable la obra de San Agustín, Confesiones y lo que proyecta sus pensamientos y experiencias hasta la actualidad: "¡Ni se te ocurra ser vana, alma mía, ni ensordezcas el oído de tu corazón con el griterío de tu vanidad!". 

Pero, cuando reviso estas líneas que principian un nuevo año, que inciden en las mismas lecturas de siempre con ojos nuevos, me pregunto, en una voltereta ficcional, ¿qué escribo cuando escribo?