martes, 7 de enero de 2014

DE la película  me ha fascinado todo. Hacía tiempo que no íbamos al cine pero, sobre todo, que no vivíamos en una sala las excelencias del arte cinematográfico. La grande bellezza de Paolo Sorrentino rescata lo mejor de Fellini, al menos, lo que más nos conmueve y emociona del autor italiano y presenta su propuesta estética con un alarde de inteligencia sobrecogedora. Lee la tradición en el mundo contemporáneo. La pudimos ver en versión original, con lo que la película nos conmovió aún más dado nuestro deleite compartido por la lengua de Leopardi. 
Quisiera poder escribir descarnadamente, ofreciendo la omnímoda y vacua forma de vida de los hombres y la anhelante sensación de ser acometidos en el espíritu por una fuerza  insondable, turbadora, que nos empequeñece a cada instante. Eso es lo que hay en la película, la frivolidad de los días de hombres eruditos y cultos junto a sus miniaturas ante la belleza, la gran belleza como búsqueda. El remolino de la mundanidad mixturado con lo sublime, eso es ser hombre e Italia, en sí, es uno de los lugares en que mejor se pueda evidenciar esto mismo en la consciencia de un hombre.   

La música ceremonial, la fotografía excelente de una ciudad no solo amada sino vivida en el tuétano; pues Roma es la ciudad que sigue siendo esto mismo que ofrece la película. Están congraciados los días antiguos con este cine moderno. Salimos de la sala embelesados.  No existe hilo argumental instituido, la película está formada por escenas, situaciones, relatos enlazados, tan solo, por la vida de Gambardella (interpretado por Toni Servillo insuperablemente); esa edificación me causa fascinación y, así, estuvimos dialogando sobre esta y aquella escena, sobre este y aquel detalle, ora un gesto, una palabra, ora una música, una calle, la luz de Roma, que es una luz distinta al espíritu.    

Todavía prosiguen asomando por la memoria algunas de esas escenas; las vuelvo a proyectar  en el interior y todo me parece un carrusel hipnótico de imágenes y músicas  que demuestra que todavía es posible emocionar puramente.