sábado, 17 de marzo de 2012

AYER estuve todo el tiempo pensando en E. Imaginaba sus gestos, su rictus, el calor de sus manos diminutas entre las mías y me quedé meditabundo, intentando imaginar qué palabras serán las primeras que lleguen a su consciencia.

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DICE Novalis que el poeta entiende mejor la naturaleza que el científico. Utiliza este aserto pues considera que el poeta entiende que, en cada acto de la realidad, en cada concreción de la misma,  se desprende un afán de infinito. Esa dimensión está velada a los ojos, no existe para  quienes acuden a nombrar lo inmediato sin advertir lo permanente. Y, en ese trabajo de nombrar el misterio, el poeta es un crisol de armonías que encuentra en la soledad su bóveda.   

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REVISO el "Cuaderno de Leonardo". Poemas, algunos apuntes, notas sueltas escritas en Bérgamo. Me apetece que, en este cuaderno, aparezca algún fragmento de Zibaldone, de Leopardi. Transcribo del italiano un pasaje hermoso, que habla de la claridad y del magisterio de la naturaleza. Al término de este ejercicio, ofuscado, voy corriendo a las baldas en que reposan los libros de Hölderlin, pues recuerdo un poema del alemán titulado "A los jóvenes poetas". En ese prodigioso poema, tantas veces leído, aparecen los dos versos siguientes:

[...]
"no dejéis la virtud, imitad a los griegos.
[...]
pedid solo consejo a la naturaleza".