jueves, 8 de marzo de 2012


TAMBIÉN hoy escribo como un ritual sagrado, un rito de paso que me hace en la otredad. Vuelvo hoy a escribir en la mañana como un punto, un cruce individual hacia lo universal, pues ni siquiera esta lengua, esta forma de comunicación, me pertenece. El que escribe es un servicial amante de la palabra, de una palabra que él no ha creado, sino de la que se sirve para expresarse. Por eso la palabra es solo un medio más de expresión, para el poeta, su axioma, un cauce dado del que tan solo podemos incidir en la semántica. 
El poeta crea un lenguaje del espíritu a través de los significados nonatos en un mecanismo establecido y fijo, va de lo finito a la busca de lo infinito, va de lo cerrado a la busca de lo abierto, de lo suyo a lo universal.

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ANIDA, en esas pinturas, una cualidad que se me antoja poética. Como disciplinas artísticas, la pintura y la poesía han compartido más de un territorio estético durante sus distintos estadios y evoluciones. Al ver estas pinturas, casi de soslayo, una facultad poética ha venido al encuentro para su entendimiento.
Rooms by the sea, de E. Hopper, propone eso mismo que escribía anteriormente: una habitación abierta al mar, la cerrada luz de unas paredes fundidas con la luz abierta del mar, el blanco del blanco, la noche de la noche.