jueves, 1 de marzo de 2012


LEYENDO esta mañana Triumphi, de Petrarca, caigo en la cuenta de que ayer estaba describiendo el triunfo del tiempo. La ajenidad a la que me refería está en la conciencia de saberse día trasnochado en la vida. Es la claridad de esa condición la que me provoca desesperadamente un sollozo y el anhelo de la consolación.
Advierte Francesco Petrarca que la muerte en vida concibe dos condiciones: una la fama y otra el nacimiento mismo. Aunque si analizamos estas dos vertientes del triunfo del tiempo, podremos llegar a la siguiente conclusión, a saber, sobre el nacimiento no puede el hombre actuar con su voluntad, pues le viene dada. Sin embargo, en la fama, bien dice Petrarca: “chiamasi Fama, ed è morir secondo,/ né più che contra ´l primo è alcun riparo”, esto es, y lo que llaman Fama es otra muerte, la segunda muerte, tan igual a la primera, inevitable.¿No es acaso esto mismo lo que grita Segismundo a los cielos?
El concepto de la Fama, en la época de Petrarca, estaba cargado de toda una cosmivisión medieval tan alejada de nuestro tiempo. Pero, en el centro del término, anida una condición que se mantiene perenne y portentosa. Es una advertencia dirigida a los que sufren el engaño de creerse en mejor condición por el hecho de que lo social los marque o destaque. Esa cualidad es muy discutible y peligrosa, sobre todo en lo referente a la Literatura. Decía JRJ que el poeta verdadero no debía tener más fama que un científico, pero que sí tenía que trabajar en silencio y soledad como el científico. 

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"Cuaderno de Leonardo" sigue expandiendo su territorio. Agotado el cuaderno que compré en Roma, he tenido que continuar en otro cuaderno titulado "Clara fontana". Es uno cuaderno de tapas marrones que compré en Cádiz y que presenta una pequeña mueca en la portada que así lo titula, Clairefontaine. Los cuadernos, que no dejan de serlo aunque en ellos se escriban poesía,  pueden continuar el espíritu de los otros, pueden compartir deseos estéticos. Es lo que ha ocurrido, cosa impensable cuando comencé, con estos dos cuadernos que descansan uno encima del otro, como si quisiera que fueran compartiendo tonalidad a pesar de sus diferencias. Son demasiados ya los poemas que van conformando una suma poética, pero, me pregunto, ¿cuál es el límite en un libro de poemas? ¿Quién decide que un libro de poemas deba tener veinte o treinta y no más o menos composiciones? ¿No será que la fontana deja de brotar clara cuando se muda el ser de la inspiración?