jueves, 29 de marzo de 2012


COLOR de yerba oscura, color de fuego en la noche, de aire de encina. Palabras, palabras, la soledad del mar llena de sol. Una bóveda celeste que figura un jardín de cielo.

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LAS palabras de Hermann  Broch en su bella y hermosa obra La muerte de Virgilio: “un campesino que ama la paz del ser terrenal”. Virgilio había sido expulsado de su origen, sustraído del apego al terruño. Se encontraba en el sueño de la muerte; era sueño ya, todo él, de la muerte; eran un signo en su frente los brazos del sueño del destino. Aun así, en esa limítrofe situación de vida y de muerte, persistió en el centro indudable. Puede que, al morir, Virgilio se hiciera ceniza y humus de ese centro al que debemos recurrir de continuo y del que jamás debemos apartarnos.    

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RECUERDO lo que apuntabas de JRJ. Quizás, la muerte es la última soledad y por eso, su cercanía, su existencia ya en nosotros, su encarnadura, es la soledad gozosa. 

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SÍ humaniza, pues la palabra es lo único que nos hace humanos. Y si la palabra es trascendida por los otros, otorga vida, vivifica lo pensado.