NATURAM expellas furca tamen usque recurret, dejó escrito Horacio en una de sus Epístolas. Es la actualización de la transformación y de la permanencia, de la estancia y la vuelta inmóvil. Somos una sucesión de lo mismo, una continua transformación que no advierte su inmovilidad. Es por eso por lo que la creación edifica sobre la misma tierra cada vez y siempre, impregnada de la tierra que vuelve y retorna allí donde hay fertilidad. La fertilidad de la palabra reside en el entendimiento y el respeto de la palabra poética.
A veces, se encuentra uno con alguien que encarna el espíritu griego del apego a la tierra, la añoranza antigua de sentir en las manos el vibrar y la humedad de la tierra. Esos individuos de privilegio, que viven transmutados por las ideas antiguas, son seres fascinantes, que desprenden un halo de pureza y claridad. No cabe más que dialogar con ellos, abrirse a ellos, para que su conocimiento y cosmovisión invadan nuestro corto entendimiento. En ese intercambio, se hace inevitable repensar el origen y cantar la alabanza de estar en el mundo junto a ellos.
Todavía recuerdo los pasos y las palabras. He podido dormir poco debido al cansancio, a un terrible cansancio del alma, pues hubiera estado en ese tránsito por décadas, toda la vida...cuánto cuesta apartarse del lado de la luz. El tiempo se anula y se reconcentra y aparece una claridad en la espesura del bosque que anuncia una aurora, una luminosa melodía que contiene los ecos de Orfeo, los ecos que señalan el tiempo del círculo y del retorno a la oscuridad de las raíces.