martes, 20 de noviembre de 2012

DESPUÉS de unas semanas trabajando en la traducción de algunos autores, he terminado por acumular algunas sentencias, versos sueltos o reflexiones que hoy las traigo a Montaigne para que podamos debatirlas, escribirlas, revivirlas en cada uno de nosostros. Llego a su torre, de la que poco sale y en la que tanto vive en soledad, casi sin hacer ruido. Cuando me abre la puerta, tras haber golpeado en tres ocasiones rítmicas y pausadas, me lo encuentro. Está sonriente. Le digo sin más: "Maestro, escuche y explíqueme estos versos":

Fue mi visión mayor en adelante
del que puede el habla, que a tal vista,
cede y a tanto exceso la memoria.

Como aquel que en el sueño ha visto algo,
que tras el sueño la pasión impresa
permanece, y el resto no recuerda,

así estoy yo, que casi se ha extinguido
mi visión, más destila todavía
en mi pecho el dulzor que nace de ella. 

Visión, habla, vista, memoria, sueño, pasión, permanece, estoy...¿No es la vida misma lo que Dante convoca en estas palabras; no son términos capitales de nuestra condición? 


Cuando termino con Dante, Montaigne se queda pensativo en la habitación y solo me dice que anote dos palabras ("en mayúsculas, por favor", me aclara): Poesía y Verdad. Me aconseja que dirima entre estos dos concpetos, que trate de establecer qué hay de común en ellos o que establezca si son totalmente diferentes. "Comience con Platón", concluye. 

¿Existe el azar? Esto mismo se lo plantea Boecio en La consolación de la filosofía y se lo pregunto a usted, querido Montaigne. Escuche: "como un hecho o acontecimiento ineperado, producto de la conjunción de causas que actúan en la realización de un fin. La conjunción y coincidencia de causas procede del orden inmutable del universo". Esto mismo llevado a la poesía podría aplicarse sin problemas mayores, pues la poesía y el centro del que proviene son ordenantes y causantes de su claridad. No hay un hallazgo del poeta de la palabra justa y portentosa, sino la armonización con la providente aritmética musical del mundo. 

"Son claridades sucesivas", me responde el maetsro, "lo que armoniza el poeta".


Por último, señor. Lucrecio, en el Libro IV, de De la naturaleza de las cosas, establece un magnífico texto titulado "Teoría el espejo". Dice en él: "Parecen entran y salen igualmente con nosotros también simulacros imitando gestos y actitudes [...]". Yo le pregunto y perdone mi torpeza e insistencia, ¿no seremos nosotros mismos simulacros de otras realidades a la que representamos o a las que aspiramos en la vida terrena y material?