jueves, 22 de noviembre de 2012

LEO asombrado unas páginas de Kant, Lo bello y lo sublime. La paz perpetua. Dirime el filósofo entre el concepto de lo bello y de lo sublime. No puedo dejar de subrayar las páginas, de releerlas y de escudriñar, con mi limitada capacidad, esas líneas que encierran un enigma portentoso: 

"La noche es sublime, el día es bello".

No he encontrado una descripción más precisa que esa adjetivación para distinguir el día y la noche aun sin dejar de elogiar las virtudes del día frente a la noche. Muchos poemas escritos para la noche, para ensalzar las cualidades que en ella se intuían, que de ellas emanaba para los contempladores. Sigue Kant: 

"Lo sublime conmueve, lo bello encanta".

Esa es una de las claves del texto y quizás del arte. Como una partitura que desprende acordes inmarcesibles, leo conmovido. Asimilo, trato de aplicar la inteligencia: vuelvo al origen y al comienzo, a un comienzo anchuroso cuyos límites no se advierten:

"Lo sublime ha de ser siempre grande; lo bello puede ser también pequeño. Lo sublime ha de ser sencillo; lo bello puede estar engalanado". 


Es esa sencillez la que persigo de un tiempo a esta parte, esa sencillez que uno llamaba naturalidad, pues creo la naturalidad es el sublime discurrir de la armonía en los objetos y en el ser, es decir, en el mundo. 

La poesía, la poesía cercana a lo sublime, la que impregna su discurso con los aromas de esa grandeza de la que habla el filósofo. Tantas veces ha querido uno establecer las virtudes de muchos poetas, cualidades que no llegaban a conmover, sino solo a mostrar una técnica, una mera capacidad monolítica para el lector. Esta circunstancia en la poesía puede establecerse con estos conceptos. Digo aquí Juan Ramón Jiménez es sublime, Lorca es bello; Antonio Machado es sublime, Rubén Darío es bello; san Juan de la Cruz es sublime, Garcilaso es bello;  Virgilio, Dante, Leopardi o Rilke son sublimes, Pound, Eliot o Rimbaud son bellos.

"La inteligencia es sublime; el ingenio, bello", dice Kant. 

Sin embargo, ninguna de esta distinción en la naturaleza o en el arte ha sido la que más ha conmovido mi espíritu en la lectura. Antes al contrario, una breve línea, que pasa casi desapercibida para la mayoría de lectores, pero que, después de haber estado indagando en ella, profesando con fidelidad inamovible su realidad, transcribo en este trópico:

"Una soledad profunda es sublime, pero de naturaleza terrorífica".