martes, 6 de noviembre de 2012

NOVELISTAS alemanes y música antigua. E., que me enseña la madrugada con su cabellera de lapislázuli, me conduce de nuevo a estos dos vectores del mundo. Los novelistas alemanes dejaron claros los límites de la prosa y el pensamiento. T. Mann, un cervantino de suyo, y H. Hesse que, según mi querido P.D., es uno de los pocos escritores que traen ecos de esperanza a la palabra. La misma que la pureza de la música antigua, pues ¿qué naturalidad inusitada en la folía y en las danzas antiguas españolas? 
En Narciso y Goldmundo se produce una reconciliación entre los contrarios. Ese tema se ha convertido en una obsesión para mí. Los contrarios complementarios, los que se atraen,  coincidentia oppositorum clásica. En ella puede comprenderse la mentira y la verdad como naturalezas del mundo; lo vivido y lo soñado, lo aparente y lo esencial. No quiero decir con esto que cada una de esas realidades posea la misma sustancia, sino que para su existencia en nuestra mente, pues solo en ella viven, son necesarias unas y otras. Columbro con la lluvia el alud más tremendo de la tarde y, si eso lo tomo como una confusión, deberé estar sonriente y atento a sus límites. ¿No es ser y estar en el mundo la contradicción más plena, pero más maravilllosa? 

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En el capítulo XX de la novela titulada Narciso y Goldmundo, escribe Hesse: "Estoy empezando a comprender lo que es el arte. Antes me parecía que, en comparación con el pensar y la ciencia, no había que tomarlo enteramente en serio. Mi punto de vista era, sobre poco más o menos, el siguiente: Puesto que el hombre es una mezcla incierta de materia y espíritu, puesto que el espíritu le abre el conocimiento de lo eterno, mientras que la materia tira de él hacia abajo y lo encadena a lo perecedero, debe esforzarse por huir de los sentidos hacia lo espiritual a fin de elevar su vida y darle un sentido. Es verdad que yo pretendía, por costumbre, tener en gran estima el arte, en realidad, me mostraba altivo y lo desdeñaba. Ahora veo con claridad, por primera vez, que hay muchos caminos para el conocimiento y que el del espiritu no es el único y acaso no sea el mejor. Es mi camino, ciertamente, y en él me mantendré. Pero veo que tú, por el camino opuesto, por el de los sentidos, llegas a captar con igual hondura que los más de los pensadores el misterio del ser y a expresarlo de un modo más vivo".   

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Mientras E. dormitaba en el sofá, agarré el ejemplar de El Quijote que editó la RAE en el año de las efemérides por su cuarto centenerio. Sin saber cómo, terminé releyendo -(aunque en Cervantes basta con leer únicamente, pues la relectura en las grandes obras como esta es un pleonasmo recalcitrante, innecesario; siempre se lee un clásico, nunca se relee, pues siempre es nueva la llegada del lector)- el pasaje de los batanes. Me eché a reír en varias ocasiones; no recordaba el fragmento en que a Sancho le viene un apretón incontenible y hace lo posible por evacuar ("mudarse", escribe Cervantes) a pesar de que Don Quijote advierte el desaguisado. Continué hasta que E. despertó y comenzó a mirarme. Yo, absorto por la ficción; ella, miraba preguntándose qué me sucedía. Era todo una escena crvantina, pues yo leía a cervantes como E. me miraba tan quieta.
Ningún libro como El Quijote para realizar una lectura espigada. Por aquí y acullá, en un pasaje y en otro; burlas y veras, llantos y risas. Leo de Cervantes: "y, así, eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí el yelmo de Mambrino y a otro le parecerá otra cosa". Porque a Don Quijote le basta "pensar y creer" para que toda la realidad se vuelque en otra cosa, en otra realidad tan viva y desmesurada como la que oprime y desvela del mundo, pienso y ceo.   
 
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No han dejado de sonar mientras leía unas folías y unas danzas. En ese contoneo de sus músicas arrojo mi cuerpo y mis pensamientos. Narciso, Sancho, Goldmundo, Don Quijote, E., la tarde, las danzas, T. Mann, Hesse... la levedad del ser.