lunes, 12 de noviembre de 2012



HE decidido que voy a llevar conmigo, en el bolso que me acompaña, a Montaigne y a Cervantes. Abrir sus libros es entrar en un diálogo pertinente en cualquier momento y en cualquier lugar. Hoy, acompañado del primer tomo de los Ensayos, de Montaigne, leo entre una algarbía: "Los hombres están atormentados por la idea que tiene  de las cosas, no por las cosas en sí".  Con ellas, me traslado a una torre, a una torre recoleta pero inmensda, donde resuenan los pasos perdidos.

Las ideas, las ideas, las cosas, las cosas. Precisamente lo que nos hace humanos nos deshumaniza y nos atormenta. Es en el límte de la moratlidad en donde hay que aprender a vivir. Es en el límite de la palabra el espacio de entendimiento de la poesía. 

La razón de la poesía es un merodeo por el espacio inconcebible. Ella, con sus razones luminosas, trata de sugerir, de acercar, de configurar. Desde el salto infinito, la poesía testimonia el grito universal del hombre que se enfrenta a sí mismo, a su tremenda desnudez y torpeza.