LEER Libro del desasosiego es remozar el espíritu, pues esta obra literaria aúna, como pocas, los senderos filosóficos que toda obra literaria debiera contener. Lo hace desde la ficción, -como Cervantes, como Virgilio, como Dante- y desde ella proyecta todos los enigmas del hombre, los mismos que todavía y siempre seguirán percutiendo en la memoria del ser humano.
Leo a Pessoa y caigo en la cuenta de que no he escrito ni una sola línea desde mí, desde el yo que creía traslucir en las palabras. Es otro, quizás una consciencia plural, entre muchos. Una voz que se agazapa silenciosa desde la ínfima consciencia de la realidad: demediada, sesgada, oracular visión del alba.
Un desasosiego en la lluvia de la madrugada y en la inmensidad de la noche. Porque la noche es inmensa, indescriptible estación de las plegarias por el ser. En ella hemos habitado desde el origen, a ella volveremos como lo hizo Dante cerca del Paraíso. Dante, esto es, el personaje que protagoniza la Commedia, no siente más inquietud, más desasosiego, más turbación que cuando se está acercando al final del trayecto. Quizás, esa cercanía lo que contiene es un aviso del retorno al camino, una clarividencia de que al final volvemos al derrotero de la vida no se sabe de qué forma y no se sabe en qué noche.
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Como dice mi admirado Paul Valéry: "Es la memoria lo que hace del hombre un entidad. Sin ella, sólo tenemos transformaciones aisladas". A partir de estas palabras, podríamos incluso decir que existen dos clases de memoria. La memoria individual, que es lábil, insustancial la más de las veces, que solo traza una imagen del individuo turbia y desasosegante. Por otro lado, la memoria del ser, la que Platón consignó como la estación de conocimiento y de consciencia plena.
Así, la palabra poética, -la que es luminosa y perenne-, deberá trazar la memoria del ser y rememorar la música que se resguarda en su conciliación con el cosmos. Desde ese despojamiento de lo individual para alzarse a lo general, el poeta advierte sus minucias y desestima su vanidad más recalcitrante. Lo hace con la humildad y el amor del que enrega su cuerpo a la tierra y su voz al aire. Esa palabra es especular y nos refleja en ella como sombras, como meros pasajeros que, llegados al final, a los límites, confirman que vuelven al estado originario en que la noche y la luz se funden en una sola cosa. Esa fue la acción que desarrolló Dante con la literatura: poetizar el reflejo en el cosmos de su ser para encontrar el ser del mundo. De ahí los miedos finales, los titubeos, pues estaba ante lo que nunca había albergado en la memoria. Su memoria y la memoria del mundo eran una sola música.