E. observaba cómo la pantalla del ordenador iba minándose de hormiguitas negras en hileras que aparecían al mismo tiempo que unos dedos las impulsaban y un sonido mecánico acompañaba la escena. Ella no dejaba de mantener su cabeza fija; yo, corregía y reescribía unas páginas. Hemos estado los dos un buen rato escribiendo; ella, ajena a lo que las palabras significan; yo, más ajeno aún, pues tan difícil es comprenderse a uno mismo y a la poesía que me siento como E.: observador silenciosos de un espectáculo en blanco, invadido de signos negros, en hileras.