ME han traído, como obsequio, un cuaderno comprado en Londres. Hoy he comenzado a escribir en él mientras E. observaba lo que hacía. Ante su extrañeza, la mía fue en aumento, casi me inundó una sensación de vacío y de absurdo incontrolable. Al cabo de unos minutos, y después de pergeñar algunos versículos, volví de nuevo a cerrar el cuaderno y a pensar en la mirada de E. sobre mis manos. Quise imitarla y buscar el origen o la causa de esa acción y en ello, durante horas, agarrado a ella, me he buscado a mí mismo en la memoria y he intentado explicarme qué anima a que uno termine viviendo en las palabras. E. no cesa de dejarme lecciones, cada día su pasmo ante al mundo va siendo el mío. Con qué claridad se contempla todo desde esta noche luminosa.