lunes, 2 de julio de 2012

RECORDANDO los paseos futuros por Italia, como Stendhal, comencé a escribir ayer un poema centrado en la contemplación de las ruinas de Pompeya. El poema comienza: "Tamizada de luz entre las lomas ...]". Así está escrito el primer verso de la protocreación que, a lo mejor, se queda en mera intentona, como la mayoría de las veces. En cualquier caso, me detengo a reflexionar sobre el proceso y los aledaños de la creación.   
¿Está, en el primer verso, la aritmética que luego se repite y en la que se ahonda, como creían los estructuralistas? En más de una ocasión, cuando un compañero ha querido dejar a Roman Jakobson al borde la la esterilidad crítica, he tenido a bien defenderlo, como he defendido a Heidegger o a Steiner o a Bloom o a Dámaso Alonso o, incluso, a los semióticos, sociólogos o generativistas.  Esto sucede porque pienso que los métodos de estudio de la literatura son complementarios y nunca definitivos; porque considero necesarias todas las disciplinas para entender, con más profundidad, qué hace que un mensaje sea literario. 
Es cierto que en la antigüedad, la distinción de los géneros literarios era embrionaria y basta, pero ya advertimos que los grandes pensadores, con Platón y Aristóteles en punta, intuyen que en el mensaje literario reside, quizás, una forma de entender el mundo, una cosmovisión que derrite y supera todos los entendimientos banales y cotidianos. Esa forma de comprender el mundo, de poseer una consciencia singular, que imbrica la estética con una ética, se llama literatura.    
La materia de estudio, en este caso, la literatura, es un enigma irresoluto e irresoluble. Por tanto, los métodos de estudio de esa sustancia no pueden llegar a conclusiones que no residan en su propia naturaleza. Es obvio que la literatura es palabra y que la palabra es su medio de transmisión; pero es igualmente evidente que la literatura parece que traspasa la mera concepción lingüística del mundo y que llega a edificar un reino junto a otras disciplinas, sentimientos o intuiciones del espíritu. Y escribo parece porque todo ello puede llevar a intensos diálogos. 
En la búsqueda de la singularidad del mensaje literario se han conseguido muchos hallazgos beneficiosos y lúcidos para tratar de comprender mejor los mecanismos de la ficción y de la gramática de la creación. De ellos debemos aprovecharnos los que nos acercamos años más tarde, pero no tenemos que cejar en el empeño de seguir indagando en la naturaleza prodigiosa de la literatura.  
Así, trato de meditar qué provoca, en el resto del poema, el primer verso. ¿Es todo un ahondamiento que ya aparece en él condensado; una repetición, couplings, o todo está sujeto a un devenir incontrolado del espíritu que encuentra una armonía y no hace más que tratar de interpretarla? ¿Somos plenamente en los instantes de la escritura aun cuando perdemos la conciencia del mundo?   


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TODA literatura de verdad, que brota de la clara fontana, de la que se advierte en el silencio del bosque, en su centro, es lo que Montaigne llamaba "vivirse a sí mismo". Esta ética conduce a la tolerancia, pues entiende el que la vive que sobre la única preocupación no caben dudas ni otras manifestaciones. Todo lo contrario a lo que los escritores de estos días realizan en lo público. Y hay quien aplaude escandalosamente para que lo mencionen en una bitácora, en una reseña, en una revista o en un triste almuerzo de fingidores.    

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AL mostrarse la Aurora temprana de dedos de rosa, releo Odisea. Nadie soy, Ninguno fui desde entonces y en el viaje vertical me diluyo mientras leo gozoso la estirpe de la búsqueda.