VA siendo este verano extraño, pues parece que la vida ha tomado otra dimensión, más pausada, más contemplativa, a pesar de que trabajo desde la mañana hasta la madrugada. E. ha traído la contemplación y eso es una lección de la vida, pues nada más difícil que impregnar los días con la delicada cadencia de la lentitud. El mortal, cuando tiene consciencia de ello, aspira a sentarse con Sócrates en el lecho final y a dialogar consigo mismo, con sus faltas y desvelos.
Puede, eso mismo, realizarse en vida si nos sabemos parte de una armonía infinita, de la que no tenemos más conocimiento que el de la intuición. Puede advertirse la luz en un paseo por una ciudad, una luz que ya permanecerá perenne dentro de nosotros mismos; o puede que consignemos la levedad y el peso de la noche en el canto rítmico de la tarde en su caída hacia el mar. Así, la vida desgajada en ese flanco vital, que parece contenerlo todo, incluso el otro flanco que nos parece ajeno.
La grisura de la mañana parece un tamiz de todas estas palabras avenidas de lo incierto. ¿No es eso acaso la poesía? Una incertidumbre que, a pesar de nuestra inconsciencia, cuando la vivimos, se hace claridad, centro indudable.