jueves, 1 de septiembre de 2011

APUNTES al natural, reminiscencias más o menos fieles, disposición verbal de lo vivido y metalepsis.

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HAY quien escribe para extirparse el yo que le acompaña y quien escribe un carrusel para ese yo que lo domina.

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HOY, reencuentro con R.G, mi Ramón Gaya. A pesar de los días, creo que todo se ha retomado con la normalidad del que entiende que lo permanente y lo bello necesita un discurso de lo trascendente y de lo continuo.

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LLEGA uno a veces demasiado sometido a las actividades que perturban. Aun así, a pesar de esa rémora, no es óbice para que uno se dirija al diario, lo airee a la intemperie de su mollera y comienza a escarbar y escarbar con las garras de las sílabas. De pornto nota cómo el envío mental de información comienza a transformarse en un discurso que nunca había soñado ni atisbado. Es entonces cuando comienza la irreductible manía de la corrección pues, entiende el escritor que es posible restaurar el verbo cuando se lee y se relee con detenimiento. Después de ese ajuste, después de que el insensato crea además que está elaborando algo merecedor de lo público, y justo cuando está acabando el ejercicio –porque no dejan de ser ejercicios todos las obras literarias-, el señor que empezó sometido a los desmanes de lo laboral, comprende, solo por unos instantes, que en tan solo esas líneas, en tan solo esa minucia verbal que cree válida, que tan solo esa retención de lo inmediato que se enrosca en la sintaxis, que tan solo ese intento de soslayar la mirada ajena está siendo más autentico y puro que nunca.

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