viernes, 30 de septiembre de 2011


AYER escribió AMM una reflexión en un instante que lo que más lo aleja de los ambientes culturales o intelectuales o literarios españoles es el prestigio del desdén. El desdén como el prejuicio instaurado sobre el desconocimiento. Cita, para ello, la recurrente posición de los que ven en Galdós una antigualla sin haber leído ni uno solo de sus libros, por ejemplo.
Es frecuente escuchar sentencias relativas a la tendencia que ha mantenido la literatura española hacia un realismo ramplón, con lo que, -pienso ahora-, dónde quedan las obras desde la lírica cancioneril  pasando por San Juan hasta llegar al propio JRJ. Sí, evidentemente el apego al realismo ramplón es inexistente. Tendríamos que matizar y advertir que quizás ha sido cierta vertiente de la narrativa de una época la que, por diversas razones, vindicó esa estética y la que encontró en la crítica literaria un bastión para esta tesis. Cualquiera que sea el caso, tan solo quería detenerme en este aserto tan desvaído como poco enjundioso.    
Después del trance, comencé a leer algunos textos sufís: “Estar en el mundo, pero no ser del mundo”, dice el maestro Idries Shah. No hay así principio ni fin en poesía, no hay una cima que haya que alcanzar ni tan siquiera una dirección clara de los cauces por los que el poeta emprende la tarea de inspirar la armonía del silencio en la palabra. La cultura, en este entendimiento, es un elemento necesario, pues ella aglutina las manifestaciones de otras disciplinas y de otras actitudes ante lo bello, son matices, como diría JSM manifestaciones de la inteligencia (si tenemos en cuenta que inteligencia remite al étimo inter-legere, es decir, leer entre líneas, seleccionar en la realidad lo que está velado). No puede el poeta prescindir de ella, decía, pues quedaría miope y ágrafo de verdad.
Dicho esto, considero que existen formas distintas de incorporar la cultura a la poesía y es en esa ejecución en donde existen maestros, como Borges, Rilke o Dante o meros simuladores que la utilizan como pretexto para engalanar sus versos. Sea una u otra la elección del poeta, advierte uno con rapidez si el poeta vibra en la verdad, -como le sucede al compañero JMJ- o si los argumentos en contra solo vierten levantiscas irreverencias de músico desafinado.