ESTE año, en el trabajo, estoy
rodeado de archivos, papeles y números. Todo es una reducción, un acortamiento,
incluida mi vida. Todo lo que allí existe solo existe allí; fuera del topos, junto a la
tierra, la luz, el aire, lo verdadero, no significan nada. Entre esa nada y el
todo me sitúo. Normalmente estoy solo en el habitáculo y, de vez en cuando, me
sobreviene un conato kafkiano o
melvilliano u onettiano de sentirme solo una letra como toda la realidad que se
nombra allí, solo allí, en el habitáculo
en que trabajo este año. Por tanto, podríamos decir que cuando penetro en aquel
umbral soy T. y que cuando salgo soy Nadie; que cuando me adentro solo puede
reconocerse la superficie del yo que me habita y que cuando salgo, en cuanto la
humedad de la luz golpea la frente, soy un ajeno asentamiento sobre un ego, una tribu que danza.
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ME he acordado mucho de Kafka,
demasiado. Y de Pessoa. Por eso voy al trabajo con las gafas y me he dejado un
bigote. En cuanto llegue el invierno, agarraré el abrigo negro y comenzaré a
danzar con zancadas de centauro. A sabiendas de los minutos en soledad, coloqué
en la maleta los Diarios, de Kafka, y hoy he podido leer unas líneas salvíficas
que llegaron como un salmo imperecedero para el absurdo, como un bálsamo
indicado para esos estados de solipsismo.
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HE confirmado que la literatura no significa nada en la vida
de la gente, ni siquiera entre los que proclaman su gusto por la literatura. La
mayoría vive la literatura desde el cascarilleo, el anecdotario. Sobrevive de
las convenciones sociales y cuando cree llegar a alguna conclusión, no sabe que
esa idea fue fundada hace siglos por autores como Platón. La literatura es una cosmovisión como lo es
la botánica o como el entomólogo aprehende los complejos mecanismos de la
realidad.
En ocasiones, intenta uno adaptarse a una conversación que
le apetece poco y antes de lo que pensaba huyo, escapo, me persigo por de
dentro. Cada vez más me soporto menos y
menos aún lo que me rodea. Solo haría permanecer por siempre la aspereza
sensual del amor y la iluminación de las palabras. Me quedaría quieto de sol,
mudo de luz, amante transformado en el silencio. Como dice Pedro de Santa Fe:
“Los hombres de amor tocados/ ni hoyen ni sienten ni veyen:/ […] aquí es cierto
que megua/toda savieza pensada;”.
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LA realidad posee su retórica como la luz que traspasa el vuelo de un pájaro
solitario.
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POR mor de la fobia social, voy creyendo firmemente que
escribo desde un limbo. Quizás desde donde no podemos identificarnos con nadie
y donde la palabra persona vuelve a su étimo con naturalidad y sin
histrionismo.
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EL MAR sepulta los sones de la bruma y devuelve pulidas las
ansias del espíritu. Inmensa soledad ensimismada, mar de mar venido del origen;
despierta con tu útero los rosales de la aurora. De ti la luz desprende la memoria
de lo vivo, de ti la luz perfila el cauce de la noche más clara. No despertad
el sonido del mar entre los brazos, soñad tan solo con el aroma de su cuerpo
desprendido. Entre cimas, entre álamos fruncidos de azul, pasas tu lágrima por
la tierra vencida, despojas a lo oscuro de su probable habitáculo. Oh, mar de
luz, he sido en ti un destello del crepúsculo, racimo meditado del sueño que me
habita.