HE LEÍDO los versos de Virgilio y desde entonces es noche
plena; mis ojos han recorrido las
sílabas prendidas de la Divina Comedia;
he vivido en Italia, donde la piedra es luz y allí he contemplado la belleza
toda reencontrada. He escuchado la música de Bach y también de los salmos y
vendavales; he vertido mi espíritu en el terruño de la música y he querido que
fuera semilla de luz, respiración unívoca, tratado del alma. Amo, amo como
nunca antes lo había ensoñado y es fruto cierto el corazón latente del amor perpetuo; he sido
multitud en la voces ajenas y sigo siendo en los pronombres neutros, mas nunca
he confundido la calma profunda de un desierto poblado, pues somos páramo por
mor de la palabra, páramo caduco de los sueños talados, resistencia finita ante
lo que nos hace verdaderos, infinitud inefable de lo intuido.
***
LLEVO unas semanas sintiéndome nota suelta, imprudencia, estorbo de todo. Mi torpeza es cada vez mayor y mi incapacidad me aterroriza. Apurar cielos pretendo con esta conciencia fiera de mi fracaso, un fracaso anunciado que, de momento, va cumpliéndose como una sinfonía. En cada progreso de la derrota, en cada acto que ejecuto con los marros previstos, se confirma el destino de esta hidrópica falsedad que me habita. Esta pulsión al silencio. A dejarlo todo en blanco, sin palabras, todo contenido en el linaje de la voluntad.