COMO no he
podido dormir en toda la noche, decidí que era un buen momento para releer a
Petrarca. Los Triunfos me han dado
unas horas de lecturas soberbias, sobre todo porque Petrarca es un autor de una
sensibilidad moderna. Supo agarrar en su cosmovisión todas las posibilidades de
expresión de eso que luego hicieron Rilke o JRJ, esto es, verbalizarse en lo
inefable. Sabía el de Arezzo que solo cabía la evocación musical de lo pensado
y es por ello por lo que insufló en toda su obra un pensamiento profundo y
trabado con mesura. En Triumphus tempori entiende
uno todo el arsenal interior que poseía el poeta, pero en Triumphus eternitatis se deja uno embridar por entero en el canto proclamado
con la cadencia del ángel.
No en vano,
Petrarca va advirtiendo, poco a poco, a los lectores –y pienso que sus
imprecaciones se las dirige a él mismo- de la evanescencia de las cosas
terrenales: “y vanidad terrible me pareció aferrarse a las cosas temporales”,
en un exquisito y melodioso: “E parvemi
terribil vanitate/ fermare in cose il cor che´l tempo preme”.
A
continuación, me detuve en unos versos de
John Donne. Para ser más exactos, en dos fragmentos de dos poemas inmensos. En uno, A lecture upon the shadow, puede leerse: “ Love is growing, or full
constant light;/and his first minute, after noone, is night”. O lo que
viene a ser una reminiscencia de los versos que acababa de leer del poeta
italiano. Entre tanto verso esencial, no tuve más remedio que comenzar el
proceso de escribir la lectura. No solo abrí el cuaderno de notas y comencé a
esbozar unas impresiones generales sobre estos versos y poemas, sino que añadí,
al nuevo poema que va construyéndose, ecos, referencias veladas, la música
añadida de los genios.
En otro poema,
Aire and Angels, Donne apunta lo que luego edificó Rilke, lo eterno en la
trasnparencia respirada: “so thy love may be my loves spheare; “, así sería tu
amor de mi amor esfera. Ese es la esencia del ángel que Rilke asimila en Las
elegías de Duino, una figura que condensa la esfera que nos aguarda y que es
pura, transparente, liminar, fronteriza y que puede ser respirada en el interior y expulsada hacia donde
nunca sabremos habitar como mortales. De aquí a JRJ, “no entiendo ya hacia
fuera/ mis manos. Lo infinito/ está dentro. Yo soy/ el horizonte recojido”, con
término en Antonio Colinas: “Tiembla el álamo. Siento sed de duda./ Se alzó ya
el sol sobre el otero, canta/ la piedra, y se enciende, y se desnuda./ Este
aire limpio sabe a muerte santa.”
¿No son estos versos, acaso, siglos después, triunfos
del Tiempo y de la Eternidad que Petrarca
mostró en su poesía?