viernes, 16 de septiembre de 2011


ESTA mañana, después de haber estado la madrugada en vela, comencé a leer a JRJ. Antorcha toda, su palabra prende en el espíritu y deja conmovido y perplejo, anciano de los días.   Pasee por el frescor de su Alameda verde; qué grandeza y qué regocijo nunca antes advertidos. En ese transparencia, tañido por el silbo de la palabra inteligente, atisba uno qué puede ser poesía y qué poeta. La lección de este escritor consiste en dejarnos desgajados de todo para posicionarnos en la cosmovisión más armoniosa. Ética estética o las declinaciones del ser.
No hay equívocos ni sentencias furibundas; no hay declaraciones entregadas a la pasión de la circunstancia. Tan solo, y eso es un universo, el paseo por los dones de la Belleza que se bifurca en los arenales de la poesía. Un poema es como un diamante, como una estrella solitaria en el firmamento. Parece existir por sí mismo y en sí, pero pertenece a una galaxia que lo acoge y le otorga orden. Después de todo, la imagen antiquísimo del arquitecto del universo sigue perviviendo en la persona lábil del poeta. Esa es la secuencia vital que JRJ pretendía alcanzar aun a sabiendas de la imposible melodía del silencio fecundo.