Y SOBRE la mesa, junto a la edición azul de los
Milagros, de la RAE, descansan Pessoa, Santayana, Manguel, Schiller, Valèry y Leopardi. Santayana
trata a Dante, Lucrecio y Goethe como poetas filósofos y les dedica unas
sabrosas páginas en que subraya la filiación de la poesía escrita con la
hondura de pensamiento. Es lábil la frontera, -ya lo advirtió Machado-, entre la
poesía y el pensamiento. Creo, más bien, que no hay fronteras, sino que
comparten ese axioma, ese paradigma, ese trópico necesariamente. Toda la
poesía, por muy sencilla formalmente que sea, surge impregnada de un
pensamiento, no a la inversa. La poesía se sumerge en las aguas del
pensamiento, de la filosofía, y cuando viene resplandeciente deja atisbar en
ella el salitre resultante de ese contacto.
***
LA lección de Lu Ji ,en Wen fu, –que puede extrapolarse a toda la literatura oriental-, consiste en la concepción de la creación literaria no como una segunda
creación, como una recreación. No es el poeta un demiurgo secundario que crea ex nihilo, sino que la poesía emerge
como el resultado del encuentro entre la sensibilidad del poeta y la armonía
externa, natural. Es una comunión extática, de tal forma que, desde la
subjetividad, quiere encerrarse la objetividad contemplada. Para ello es
indispensable tener conciencia del espíritu interno y externo, de lo móvil y lo
extático fundidos en uno.
A todo esto podemos sumar unas cuantas reflexiones
de índole filosófica. Parangonando estas
concepciones de hace siglos con la situación actual, es fácil establecer muchas
diferencias. Sin embargo, la más trascendente es el alejamiento del individuo,
del poeta, de sí mismo y de la poesía. Los poetas contemporáneos se han alejado
de la poesía que está en su interior y fuera de él, porque han preferido
desgastarse en los medios económicos, sociales y políticos. Cuando eso ocurre,
podemos afirmar, sin miedo a equívocos, que el poeta se pierde para siempre.
Por el contrario, si el poeta tiene plena
consciencia de que la obra de arte debe tratar, desde distintas perspectivas,
los problemas esenciales del ser humano, estará obedeciendo a lo que Gong Bilan
llamaba “la oportunidad de decir lo que se tiene que decir”. Así las cosas,
para que el poeta y sus poemas cumplan con ello y la poesía sea esa verdadera transformación,
debe emanar de la verdad para sugerir acaso la belleza. Es lo que sucede en Rilke o JRJ, por ejemplo.
Desde esta concepción de la poesía, es obvio que
todas las referencias que se añaden en un poema a circunstancias concretas (como
marcas de ropa, bebidas, cantidades numéricas, etc.) son meros accidentes de los
que se han desviado, marcas lingüísticas de que el encuentro no se ha
producido, sino que solo se expresa lo que el individuo-poeta lleva: por de dentro: nada, lo
común, lo no trascendente.
Hay, por tanto una comunión extática entre el
poeta y el universo, y el poema es el encuentro de esas dos armonías
desarrolladas después de la contemplación y en presencia del silencio. El
silencio es el centro del lugar del génesis lírico; el centro, como dice Chevalier: “es el hogar de donde
parte el movimiento de lo uno hacia lo múltiple, de lo interior hacia lo
exterior. De lo no manifestado a lo manifestado, de lo eterno a lo temporal,
procesos todos de emanación y divergencia donde se reúnen como en su principio
todos los procesos de retorno y de convergencia en su búsqueda de unidad”.
El poema es la manifestación de esa unidad.