jueves, 15 de septiembre de 2011


TODO esto  no es más que un eterno diálogo. Partimos de las palabras de los demás para acondicionarnos en algunas reflexiones; de los demás analizamos comportamientos, acciones, decires; de los demás recordamos los versos memorables y de los demás observamos la cadencia uniforme de los mares vividos, el perfil soterrado de los vientos profundos, el vuelo solitario de las aves prohibidas. De los demás sustraemos reflexiones totales y decimos de ellos lo que realmente somos. Da lo mismo un joven, un ser extravagante. El ser humano sostiene en un hombre a todos los hombres, permite la conjetura de la humanidad en tan solo unos pocos.
La escritura es diálogo latente que percute en los paradigmas fosilizados. Sobre ellos se produce la danza de la renovación y, en una suerte de intertexto, creamos de nuevo en lo profundo. Esa reincidencia que no entiende de épocas, es el Arte.  Toda la escritura es ahondamiento. De lo demás, de la naturaleza; podemos conocer lo que nunca seremos, ni aire, ni luz ni tierra. Esa materia es deseo para los hombres. Anhelo contenido.  
La obra magna de la humanidad está construida sobre este discurso en que se suponen dos logos y dos interlocutores. Por ese motivo, los Diálogos, de Platón, seguirán siendo la materia definida de lo insuperable.
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LEYENDO las conversaciones entre Goethe y Eckermann. Hubiera querido  haber asistido a esas charlas, junto a la mesa, en silencio, con un cuaderno de notas y escribiendo lo que, al final de las hojas, sería lo más parecido a un retrato del espíritu del hombre.
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 Y cuanto más piensa uno estar en lo cierto, más nos desdice la naturaleza.