EN algunos poemas de El huerto deseado, preguntaba, líricamente, sobre el sonido de las últimas palabras sobre la tierra. Era una reflexión que provenía de la lectura de los Sonetos a Orfeo, de Rilke, y de algunos poemas del poeta de las Elegías del Duino que ahondan en esta indagación. Querían convertirse en una pulsión iniciática de un mundo nonato: la búsqueda del centro indudable que comenzaba a brotar.
Hoy, al contemplar por unos minutos a E., mientras escuchábamos en la mañana los sones de Molter, Bach, Vivaldi y Chopin, pude tener un conato de consciencia sobre el estado intuitivo de la realidad artística. E. reflejaba toda la visión especular que incluso el artista más experimentado y redondo puede llegar a poseer al final de sus días. Vida y muerte, círculo y renovación. E. solo intuye: los sonidos le llegan desalmados; las palabras, indescifrables, pero, ¿qué alcanza al fin un poeta?
Por último, ya en la coda final de las Sonatas para piano de Mozart que había seleccionado, mientras el cuerpo de E. descansaba entre mis fatigados brazos, leía con una mano un libro de Stravisnky titulado Poética musical, de él extraigo unas líneas luminosas que no hacen mas que corroborar la intuición de que es en la consciencia cuando sucede el conocimiento y la razón de la palabras: "Deduzco, pues, que los elementos sonoros no constituyen la música sino al organizarse, y que esta organización presupone una acción consciente del hombre".
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RETOMO la lectura de un libro prodigioso, La luz de la noche, de Pietro Citati.