LA realidad, por sí misma, ni es reveladora ni es trascendental, son las palabras las que la convierte y metamorfosea. Lo importante no reside en ella misma, sino en las palabras y los silencios con que la razonamos. Tan solo posee una esencia la realidad y la palabra, cuando brota verdadera, participa y comunica parte de esa esencia.
Se equivocan los que afirman que las grandes palabras son vacuas revelaciones y que las realidades sencillas son las necesarias. Las verdades en la poesía ni son grandes ni son pequeñas, solo pertenecen a la claridad o a la oscuridad. En poesía, lo indudable es lo único necesario y el centro indudable no puede ser descrito ni definido, todo él es una sucesión de deseos y misterios que se viven. Vivificar la poesía en la semilla fecunda de lo mortal con la palabra poética, como el fuego robado y transmitido, como la memoria de Orfeo tañida en el bosque, como un tributo al ser de la naturaleza, que es el de nosotros mismos.